miércoles, 29 de enero de 2020

Antonio López Baeza: Poemas para la UTOPÍA - Textos


López Baeza, Antonio: Poemas para la UTOPÍA. Sal Terrae, Santander, 1984. 158 páginas.

Hay libros que no envejecen. Hay libros que ganan con el tiempo. Esto es lo que le pasa a Poemas para la UTOPÍA. Con casi 40 años de existencia desde que salió su primera edición, esta colección de poemas -compuesta al hilo de los salmos- sigue estando vigente. ¿Quién no sueña hoy también con un mundo mejor para todos? ¿Quién ha renunciado a las posibilidades que nos ofrece la vida cada día para hacer de este mundo un lugar más habitable? ¿Quién, a estas alturas de la vida, sigue creyendo que el mundo está en nuestras manos de una forma absoluta y que nuestras vidas nos pertenecen por completo?

Antonio López Baeza, sacerdote de la diócesis de Cartagena, murió hace un año, el 19 de enero de 2019. Dejó escritas muchas obras de espiritualidad, en las que manifiesta una hondura espiritual y una sensibilidad extraordinarias. Yo no lo conocí personalmente, pero me reconozco deudor de su obra. Sin ella, muchos jóvenes (hoy no tan jóvenes) no hubiéramos sido los mismos. ¡Hemos aprendido tanto de él! ¡Hemos llenado tantas horas de celebraciones y de oración con sus textos! Sirva este comentario como homenaje, un año después de su muerte.

Teniendo como telón de fondo el salmo 22, el autor nos regala este poema. No ha perdido actualidad.


Leyendo los signos de los tiempos

DIOS de los designios de amor,
¿es posible que este mundo nuestro
viva abocado a una irremediable ruina?
El horror de situaciones tan inhumanas
pretende cegar ante nosotros todo resquicio de esperanza:
el ser humano se ha convertido, en no pocas situaciones,
en un despreciable guiñapo
bajo la crueldad o la indiferencia de otros seres humanos;
en las áreas más subdesarrolladas del globo,
las más inocentes criaturas mueren de hambre o de sed
con un amargo por qué como una acusación entre sus labios;
los soldados mejor adiestrados para la caza humana
y los guerrilleros que defienden con sus vidas
la libertad de sus pueblos
son víctimas por igual de una violencia
que destroza los corazones antes de hacer mella en los cuerpos;
la loca explotación de los recursos naturales
ha hecho del hombre un ser enemistado con su medio ambiente;
y el peligro de una destrucción nuclear
es ya una amenaza real antes que una posibilidad difícil.

¡Y todo ello ocurre en esta hora
en que la humanidad dice haber llegado a su mayoría de edad;
y en que los prodigios de la ciencia y de la técnica
parecen haber agigantado la superioridad del hombre,
como en ningún otro momento de la historia,
sobre las leyes de la naturaleza y de la vida!
... Y me pongo a leer los signos de los tiempos
con el afán de descubrir tu paso liberador por esta hora.

Yo sé que todo lo hiciste bueno para el hombre;
y al hombre mismo lo nombraste lugarteniente
sobre las obras de tu amor;
¿por qué, pues, se ha podido definir la vida humana
como una pasión inútil y las relaciones entre personas
como un infierno sin salida? ¿En qué ha quedado
la ascensión humana puesta en marcha desde las raíces de la historia
por tu Palabra encarnada y creadora? ¿Dónde actúa ese Medio Divino
que tiene poder para hacer nuevas todas las cosas?

El atolladero en que se agita la humanidad actual
está pidiendo a gritos un guía. Pero, ¡ay!,
el orgullo de la razón humana
y la prepotencia del hombre técnico
rechazan aquello mismo que más necesitan.
Y la humanidad sigue derivando hacia la más absurda confusión,
cuando tan fácil le sería descubrir el acceso a su propia realización,
sólo con la humilde aceptación de sus propios límites
unida a la urgente necesidad de comunión
con los valores de todo lo otro.

El fantasma histórico de la muerte de Dios
no es otra cosa que la proyección social de la muerte del hombre,
incapaz de rebeldía ante tanto intento de querer reducirlo
a mera máquina de producción y de consumo.
Igualmente, el miedo a tener religión, opio -dicen-
de las libertades temporales, no es más que el resultado
del olvido sistemático de la vida interior del hombre.
Porque
el ser humano
jamás sabrá nada de su verdadera dignidad y grandeza,
si no lo aprende profundizando
en la imagen de Dios que lleva grabada en sí mismo.

Por eso, los que no habéis inclinado la cabeza
ante los ídolos de la razón y de la técnica
erigidos en dogmas de la ceguera humana,
¡gozad de la abundancia del consuelo divino!
Reconoced, y gritadlo con vuestra entera vida,
que el hombre es un ser que se recibe en la esperanza;
y que, del fondo de las situaciones más ruinosas,
es posible emerger hacia la luz de todos los abrazos
cultivando esa dimensión contemplativa
que nos aboca a la universal presencia de Dios,
energía posibilitadora de todo bien definitivo.
La humanidad verá alejarse de sí toda amenaza de ruina;
y las generaciones que amanecerán sobre la tierra
cantarán unánimes este himno de bendición:
"Dios es el futuro del hombre,
aliento y fuerza en el presente
de toda unidad consumada".

(Salmo 22)



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