viernes, 14 de abril de 2023

Nurya Martínez-Gayol: El sentido apostólico de la adoración. Por Nélida Leguén Fina

MARTÍNEZ-GAYOL, Nurya: El sentido apostólico de la adoración. Sal Terrae, Santander, 2018. 179 páginas. Colección “El pozo de Siquén”, 390. Comentario realizado por Nélida Leguén Fina.

La autora es profesora de Teología Dogmática en la Universidad Pontificia de Comillas y Doctora en Teología por la Universidad Gregoriana. Su tesis doctoral, Gloria a Dios en Ignacio de Loyola, está publicada en la Colección Manresa. Ha profundizado en el carisma de su congregación, la reparación, sobre el que ha escrito varios libros: Retorno de amor. Teología, Historia y Espiritualidad de la Reparación, Los excesos del amor. Figuras femeninas de Reparación en la Edad Media (siglos XI-XIV) y también sobre vida consagrada, como Raíz y viento. La vida consagrada en su peculiaridad, escrito con Gabino Uribarri. 

El punto de partida de El sentido apostólico de la adoración es clarificar el vínculo de dependencia que une la adoración a la celebración eucarística que es la forma profunda de entender y vivir la adoración. La gracia especial que recibe Sta. Rafaela María, fundadora de su congregación y que se expresa en su frase, “poner a Cristo a la adoración de los pueblos”, es un don carismático donde la adoración es experiencia de encuentro en la fe que nos envía al mundo y hacia los “otros”. 

En la Introducción explica que desde los orígenes del cristianismo es clara la dimensión apostólico-social de la Eucaristía, tanto en la celebración como en la adoración, pues ésta la continúa. En 1 Cor 11, 17-22 San Pablo, con mucha fuerza y claridad, cuestiona el modo de celebrar “la Cena del Señor” de los corintios, donde las actitudes discordia, desavenencia, desigualdades sociales… de los participantes quitan el valor y sentido de la celebración. La autora cita a San Agustín, que afirma que “cada comunión debe hacernos crecer en el amor a los otros, hasta el punto de mirar al hermano como nuestra ‘hostia diaria’” (pág. 14). 

Sigue explicando que desde los primeros siglos ya existe la reserva eucarística, donde se reconoce la presencia adorable de Cristo que es fuerza reparadora para el débil, el enfermo, el peregrino y viático para el moribundo. Después de la celebración su presencia no queda sólo en el tabernáculo: continúa en la adoración y “sale” en la procesión. Jesús Eucaristía no sólo busca a los que acuden a la Iglesia sino va hacia los hombres, a “todos” y rompe fronteras. Con el paso del tiempo se diluye el vínculo entre adoración y celebración, y la adoración pasa a ser una devoción individual o comunitaria que afirma la propia identidad, diferenciadora y generadora de divisiones. 

Continúa la introducción puntualizando que la Eucaristía no sólo es centro de la vida cristiana, como señala el Vaticano II, sino muy especialmente de la misión. Para Santa Rafaela María la dimensión apostólica de la adoración es un rasgo connatural de su vocación. Para ella es inseparable la eucaristía adorada, celebrada y vivida. 

Después de la Introducción, el libro se desarrolla en ocho capítulos en los que se va exponiendo, de una manera estructurada con claridad, distintos aspectos y dimensiones del sentido apostólico de la adoración. La frase “poner a Cristo a la adoración de los pueblos”, escrita a finales del s. XIX cuando la adoración se entendía como una devoción particular, es un texto-resumen que aclara su sentido evangelizador, porque la adoración pública tiene la misión apostólica de crear lugares de encuentro personal con Jesús. 

El capítulo tercero desarrolla de un modo profundo el tema de la humildad y la adoración porque, en primer lugar, la humildad es un atributo del amor. Destaca la paradoja de que Dios, verdad suprema, se hace pequeño para ser comido por nosotros, así la adoración es también un lugar donde contemplar a Dios nos lleva a gustar su humildad, descubrir su grandeza y acoger la propia verdad. Nos lleva a vivir la inmensidad de la belleza del amor de Dios y nos abre a la gracia divina en su cotidianidad. 

El Cristo del lavatorio de pies nos enseña, en el capítulo cuarto, a ser eucaristía desde el servicio humilde. La adoración presenta al Dios que se hace Siervo e invita a participar en su diakonía. Nos sitúa como servidores para que nuestra vida sea fundida con la suya. 

En el capítulo séptimo, la adoración eucarística aparece como algo que nos configura y nos une al cuerpo entregado de Cristo. Aprendemos con Él a ser cuerpo que se entrega para dar vida. “Poner a Cristo a la adoración de los pueblos” es hacer de la eucaristía un imán que nos atrae y une; es el espacio de acogida de los cuerpos rotos, entregados. Los “otros” son la meta del dinamismo de la adoración. 

En el último capítulo habla de la dimensión cósmica de la adoración. La autora cita a Odon Casel, para quien la liturgia es “la presencia, bajo el velo de símbolos, de la obra salvífica de la redención” (pág. 150), es decir, no es algo que hacemos sino es un momento de la acción salvífica de Dios sobre el hombre, y asumido de esta manera, el hombre puede alabar y adorar al Dios en espíritu y verdad. Por eso podemos decir que Eucaristía y adoración son liturgia. 

La liturgia de la iglesia contiene muchos signos y símbolos cósmicos que se encuentran en la eucaristía: en la acción de gracias, en nombre de toda la creación y como parte de lo creado, el ser humano lo retorna agradecido al creador. La adoración reconoce la presencia de Cristo cósmico en un pequeño trozo de pan y nos lleva a encontrarlo en todas las realidades del mundo. 

La autora cita en este capítulo a T. de Chardin y termina el libro con un texto de El medio divino:
“De nuevo Señor, ¿cuál es la más preciosa de estas dos beatitudes: que todas las cosas sean para mí un contacto contigo o que seas tan universal que pueda sentirte y aprehenderte en toda criatura?” (pág. 176). 
El libro es fruto de un trabajo de investigación serio, que muestra la profundidad de la adoración que ha sido cuestionada en algunos tiempos. Es una aportación importante al tema de la adoración eucarística que va mucho más allá de la sola devoción y abre horizontes amplios en la búsqueda de la comunión entre todos y en adorar a Dios presente en la Creación. 


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