lunes, 27 de mayo de 2024

Santiago Arzubialde y José García de Castro (edits.): El Autógrafo de los Ejercicios Espirituales. Por Christopher Staab

Arzubialde, Santiago y García de Castro, José (edits.): El Autógrafo de los Ejercicios Espirituales. The Autograph Copy of the Spiritual Exercises. Mensajero, Bilbao, 2022. 448 páginas. Comentario realizado por Christopher Staab.

El breve papal Pastoralis oficii de Paulo III de 1548 que otorgó la aprobación eclesial al libro de los Ejercicios Espirituales señaló que los Ejercicios son “en gran manera provechosos y saludables a los fieles cristianos para su consolación y provecho”. Sencilla en su formulación, la frase nos recuerda lo que el libro ha realizado a lo largo de los siglos: ha movido muchas almas a la consolación y al provecho de su alma. 

“Gran provecho” y “consolación” son palabras que caracterizan la bella y nueva edición del Autógrafo de los Ejercicios Espirituales que acaba de salir del Grupo de Comunicación Loyola. Editada por dos grandes especialistas en la espiritualidad ignaciana, Santiago Arzubialde y José García de Castro, la edición pone en manos del lector nuevas fotografías restauradas del Autógrafo junto con la transcripción del texto con todas las enmiendas fielmente reproducidas. Es así que, como los mismos editores orgullosamente anuncian, el libro acerca al lector al “documento que Ignacio de Loyola debió de tener en sus manos en repetidas ocasiones”. De manera que el lector, hojeando el texto, no solamente descubrirá más en detalle el manuscrito considerado por la primera Compañía el más cerca no producido por Ignacio, sino que se encontrará en un pequeño ejercicio espiritual, “como si se hallase presente” en aquel despacho donde Ignacio revisaba el texto e hizo una serie de pequeñas enmiendas. 

La publicación de este libro no sólo producirá consolación, sino será de gran provecho para las personas vinculadas con el carisma ignaciano. El libro comienza con un prólogo firmado por el Padre General Arturo Sosa y un prefacio de Denis Dobbelstein, presidente de la Comunidad de Vida Cristiana (CVX). Juntos, ambos textos nos recuerdan algo esencial de los Ejercicios: nacen “oficialmente” de una orden religiosa, pero están destinados, como bien apuntaba Paulo III en Pastoralis oficii, “a la piedad de los fieles cristianos”. En seguida, los editores ofrecen una Introducción, también traducida al inglés por Barton Geger, S.J., editor de la revista norteamericana Studies in the Spirituality of Jesuits. Dicha introducción conduce al lector hacia las fuentes de los Ejercicios, las etapas de su redacción, la finalidad de los mismos, y su estructura dialógica interna. Digna de mención es la presentación de los manuscritos de los Ejercicios y la constatación –sumamente sorprendente– de que no se conserva ningún ejemplar del libro de los Ejercicios de mano de Ignacio. Es así que el nombre “Autógrafo” resulta un tanto equívoco: el texto que conservamos es obra de un amanuense, y las 32 correcciones son de la mano de Ignacio. 

En la parte final de la introducción, los editores ofrecen un análisis claro y completo del texto mismo. Se describen la numeración, las letras, y todo lo que puede resultar extraño al lector del siglo XXI. Los dos especialistas descienden también al castellano del copista, versando sobre los niveles gráficos, léxicos y sintácticos. Advertimos así una feliz convergencia entre los dos editores, cuando la espiritualidad y el estudio filológico se entretejen; no son dos niveles distintos, sino que se da una convergencia del lenguaje y de la experiencia espiritual. Como nos señaló Martín Velasco: el lenguaje es parte del momento originario de la experiencia de Dios. En definitiva, estamos ante un manuscrito que es una fuente viva: la experiencia de Dios plasmada en un texto que, a su vez, sigue convocando al lector a la experiencia misma de Dios. 

Aunque la introducción abarca muchos temas, no agobian al lector, sino que hacen más provechosa la lectura los Ejercicios. Y de gran provecho y consolación es la experiencia de leer el mismo manuscrito que Ignacio revisó con esmero. El lector tendrá en sus manos esta espléndida edición de un texto que ha pasado a ser una de las perdices de los libros espirituales de la tradición cristiana de occidente. Asimismo, se dará cuenta de la reverencia con la que Ignacio quiso entregar este libro a los fieles cristianos. Dicha reverencia no sólo caracteriza su relación con Dios, sino, como esta publicación revela, caracteriza su relación con la palabra. La palabra ordenada, precisa, y bien colocada parece como una vía en la que él quisiera ayudar al otro a alabar, hacer reverencia y servir a Dios. Una de las grandes riquezas del texto es que pone de manifiesto cómo Ignacio repensó algunas frases de su composición. No es este el lugar para indicar todas las enmiendas que Ignacio hizo, pero baste un ejemplo para advertir de que estamos ante un Ignacio ya muy adiestrado en la vida espiritual. En la contemplación de la encarnación, Ignacio añade el pequeño calificativo “en la su eternidad” indicando desde dónde mira el mundo la Trinidad. Parece ser que Ignacio, al haber pasado por profundas experiencias trinitarias tal como las anotó en su Diario, entiende con mayor reverencia la eternidad de las tres personas divinas. La enmienda es fina, fruto de unos sutiles encuentros entre Ignacio y la Trinidad. 

Y quizás la nota de agradecimiento es la que mejor resume esta publicación del Autógrafo. En concreto, los editores no dejan de aludir con reverencia y acatamiento a todos aquellos que les preceden y que han hecho posible su publicación. Por una parte, está la fundación Gondra Barandiarán que financió la restauración del manuscrito que aparece tan bellamente presentado. Pero, por otra parte, los editores no olvidan a sus compañeros jesuitas que se dedicaron a lo largo de décadas a dar a conocer el carisma ignaciano contenido en las fuentes documentales. Su labor, silenciosa y minuciosa, ha hecho posible que nos hallemos presentes ante el documento que el mismo Ignacio tuvo entre sus manos. Es de esperar que esta publicación impulse a una nueva generación de jesuitas y especialistas a seguir descubriendo la riqueza de tener entre manos las otras fuentes ignacianas y de seguir reflexionando sobre ellas con reverencia y hondura. 



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