viernes, 18 de junio de 2021

Alberto Santamaría: En los límites de lo posible. Por José María Segura Salvador

Santamaría, Alberto: En los límites de lo posible. Política, cultura y capitalismo afectivo. Akal, Madrid, 2018. 212 páginas. Comentario realizado por José María Segura Salvador (Director del Servicio Jesuita a Migrantes, Valencia).

En los límites de lo posible
resulta un libro de lectura ágil, que comienza con una poderosa advertencia: “el espectador neutro es algo que no podemos permitirnos” (p. 9). En un “Preludio” titulado “leer desde el marco”, nos introduce de lleno en la tesis del libro: la capacidad del sistema —económico fundamentalmente, pero también sociopolítico— para fagocitar el arte, crear neologismos o, mejor aún, modificar su significado. El autor reproduce un supuesto comentario de Franco ante un cuadro de las Bienales Hispanoamericanas “mientras hagan las revoluciones así…”. Esta frase, de una conversación imaginada, sintetiza lo que el autor desarrolla en el libro y que denomina “activismo cultural neoliberal”. Es el proceso mediante el cual se subvierte el potencial reivindicativo e irreverente, provocador y emancipador del “artivismo” para convertirse en legitimador de los intereses del mercado y de la clase política: “La forma en la que este activismo ha asimilado toda una retórica emocional que en su origen estaba destinada a cuestionar, precisamente, las pautas asfixiantes del capitalismo”.

Comienza el autor refiriéndose a la impresión que causa en Max Aub su regreso a Barcelona y que recogió en su diario “La gallina ciega” (1971). En base a este relato el autor construye el “principio Aub”: la habilidad del poder para permear todos los espacios de la vida de los sujetos, no solo lo que se puede decir, sino lo que cabe esperar. Este principio lo identifica con la capacidad de adaptación del capitalismo, “como una especie de virus… que muta en función de los contextos y se adapta a ellos” (p. 25).

La llegada a España de empresas multinacionales a partir de la década de 1960 introduce una nueva retórica, una nueva cultura de la empresa y, consecuentemente, espacios formativos nuevos en los que se cultiva este nuevo sujeto-empresario. Es el nacimiento de las escuelas de negocios, espacios para formar nuevas narrativas, para crear nueva cultura, para redirigir el pensamiento creativo. El autor explica cómo estas “políticas de lo sensible” conforman “una nueva dinámica cultural” (p. 29).

Santamaria describe cómo el neoliberalismo se expande construyendo su propia utopía y para ello utiliza el activismo cultural, mediante el cual crea un lenguaje economicista omnisciente que lo permea todo. Se trata de producir una nueva sensibilidad: “las emociones son el medio, el objetivo es incrementar el beneficio” (p. 37). Se trata de incorporar las emociones a las dinámicas empresariales porque son un poderoso elemento motriz y porque pueden resultar “peligrosas”. Esta nueva narrativa manipula lo emocional y afectivo y difumina las barreras entre la esfera personal y la profesional. La estrategia de este activismo cultural consiste en intervenir sobre lo que parece periférico para generar adhesión y compromiso al modelo económico-productivo y para eso hay que conquistar las emociones y los afectos. El capitalismo aprendió a ocupar todos los espacios en los que se desarrolla lo cotidiano de la vida: la economía es mucho más que economía. Otro mecanismo del modelo neoliberal para propagarse es establecer sus principios como dogmas y su modelo como la única opción. No hay alternativas.

El modelo neoliberal, explica Santamaría, lleva inherentemente a la anulación del sujeto. Los ciudadanos quedan reducidos a capital humano. Se trata de formar súbditos, que en lugar de quejarse o querer cambiar el contexto, aprendan a vivir en paz y a gestionar las condiciones de su contexto, social y empresarial. El neoliberalismo desarrolla una narrativa propia para que el “sujeto” interiorice la empresa. Es el culmen del capitalismo, el individuo como espacio de inversión y sus relaciones y decisiones medidas en base a la lógica del coste-beneficio. El autor incluye sugerentes referencias al surgimiento de las corrientes de la formación permanente, de los planes educativos orientados a y por las empresas, y de la supuesta empresa horizontal en la que todos somos la empresa. Esta narrativa convierte al sujeto no ya en consumidor, sino en productor, y transforma el sistema educativo en un sistema destinado a formar “capital humano asimilable” (p. 69).

Tomando como ejemplo el uso del término “imaginación”, el autor insiste en las ideas centrales del libro: “hacer acopio de aquello que permanece en los márgenes, que puede herir el centro, es importante a la hora de reajustar expectativas y posibilidades” (p. 89). El neoliberalismo busca neutralizar y co-optar las posibles amenazas y para ello se ha apoderado de términos como “creatividad” o “espíritu” para añadirles el apellido “empresarial” y reconducir así su significado en formas de lealtad corporativa. Como ejemplo se nos habla de las famosas “cuatro C” -creatividad, pensamiento crítico, comunicación y colaboración- que forman parte de los manuales de formación empresarial y de los planes pedagógicos, pero “hace pocos años, estaban en plazas y movilizaciones” (p. 99). Así es como, la revolución, se ha convertido en “revolución del talento” y para el Foro Económico Mundial y la CEOE, son las grandes compañías quienes tienen que tutelarlo.

También el término creatividad ha sido reconfigurado por la lógica productiva empresarial: “se parte de una idea cuasirromántica de creatividad para enseguida entender que esa misma creatividad puede ser reincorporada al sistema con un doble fin: por un lado, meramente productivo y, por otro, como un modo de adhesión (e incorporación) de los sujetos” (p. 132). No corre mejor suerte la inteligencia emocional. Para el autor, esta pretendida preocupación de las empresas por el bienestar de sus empleados tiene una sencilla razón de ser: la infelicidad en el trabajo, los malos rollos, son malos para los negocios. Se trata del último grado de intromisión del mercado en la vida de las personas, las emociones han ser puestas al servicio del capitalismo neoliberal.

El libro termina de modo sorprendente. El penúltimo capítulo sobre “literatura obrera” recoge interesantes narraciones autobiográficas que ejemplifican los procesos de activismo cultural neoliberal explicados en los capítulos precedentes. Pero el último capítulo, en lugar de ser recapitulador y conclusivo, se dedica a un excurso sobre la cultura que deja al lector en espera de una conclusión.


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