Al-Ramli, Muhsin: Los jardines del presidente. Alianza, Madrid, 2018. 357 páginas. Traducción de Nehad Bebars. Comentario realizado por Mustapha M-Lamin (SJM Valencia).
En un país golpeado por el horror desde hace décadas, entre las agresiones externas que lo convirtieron en un polvorín crónico, y anteriormente las caprichosas aventuras belicistas de un megalómano con delirios de grandeza, no sorprende que en medio de tanta tragedia, terror y violencia pueda emerger con belleza una obra capaz de retratar todo lo vivido a largo de casi tres décadas por una sociedad sometida, primero, a los antojos de un tirano y, después, a la codicia de superpotencias incapaces de renunciar a la intervención en cada rincón del mundo con tal de mantener, en el ocaso de su trayectoria, un control absoluto del planeta.
A esta labor, la de narrar con inusitada hermosura la crueldad nauseabunda del ser humano, se puso el autor de la novela Los jardines del presidente, Muhsin Al-Ramli, para conseguir un retrato crítico, agudo y estremecedor de un país colapsado por la inestabilidad, violencia y las guerras fratricidas como principal herencia de la invasión de EE.UU. y sus aliados en el año 2003.
A lo largo de los dieciocho capítulos en los que se divide la novela, asistimos a la historia de tres amigos, Tarek, Abdulá e Ibrahim, nacidos en meses sucesivos del año 1959, a quienes el destino deparó diferente suerte. Nada más comenzar la novela, con una sobrecogedora imagen de cabezas decapitadas, estremece la carga de crueldad de los ajustes fratricidas, pues “En un país sin platanares, los habitantes del pueblo se despertaron con el hallazgo de nueve cajas para transportar plátanos. En cada una de ellas estaba depositada la cabeza degollada de uno de sus hijos y el documento que lo identificaba, ya que algunos rostros habían quedado totalmente desfigurados por la tortura anterior a su decapitación o por la posterior mutilación (…)” (p. 11). Una de esas cabezas era la de Ibrahim y la fecha del hallazgo, Ramadán del año 2006. La cabeza sin el resto del cuerpo simboliza el desgarro de una nación condenada a vivir en la violencia, con una hija obligada a emprender una búsqueda, tal vez inútil por el final abierto de la novela, para intentar reunir los restos mortales de su padre con la cabeza y darle digna sepultura a su progenitor, pues ante la disyuntiva de enterrar solamente la cabeza o aventurarse en una peligrosa investigación para hallar el resto del cuerpo, opta por la segunda y el narrador aprovecha para retroceder y repasar la historia de Irak.
Esta es una novela en la que confluyen muchos géneros. Bélica, o antibélica (a la altura de grandes novelas como Vida y destino, de Vasili Grossman; Los cuatro jinetes del apocalipsis, de Blasco Ibáñez; o la más reciente Morir en primavera, de Ralf Rothmann, con la que guarda varias similitudes (especialmente el reclutamiento de inocentes), por su retrato de las muchas guerras vividas por el país, desde las guerras contra la ocupación de Palestina, en las que participaron los padres de los tres protagonistas, pasando por la guerra contra Irán, en la que fueron obligados a participar Abdulá e Ibrahim, donde el primero cayó en un largo cautiverio en manos de los iraníes (p. 107) durante diecinueve años, y el segundo, víctima del efecto de los gases químicos, quedó estéril de por vida; la nefasta guerra del golfo de los años noventa del siglo pasado, a la que fue llamado a filas Ibrahim y en la que perdió una pierna después de la intervención de los aliados y ver que “la tierra vomitaba fuego, el cielo llovía fuego” (p. 74); hasta la guerra más reciente, convertida en enfermedad crónica, con la invasión de Estados Unidos en 2003.
También cabe en esta novela el género social, la crítica a algunos usos y costumbres como, por ejemplo, el triste asesinato de la madre de Abdulá, discapacitada que lo tuvo sin ser consciente de ello y fue apedreada hasta la muerte, mientras su violador no tuvo más castigo que una furibunda pero fugaz paliza paterna (p. 172); o la hipocresía clerical de los lenguaraces de los púlpitos, simbolizada en Tarek con la conquista de la jovencísima hija de su difunto amigo. Y para retratar el periodo especial sin guerra ni paz, con el país asfixiado por las sanciones de Estados Unidos a través de la ONU, emerge otro género como aquel que fue capaz de alumbrar la literatura hispanoamericana con novelas como La fiesta del chivo, de Vargas Llosa; Yo, el supremo, de Roa Bastos; Señor Presidente, de M. Ángel Asturias; o El recurso del método, de Alejo Carpentier: las novelas de dictador. Un simple paseo por los jardines del presidente (plagados de cadáveres de inocentes) permite apreciar con exactitud el grado de pomposa ostentosidad en el que viven él, su familia y colaboradores mientras el pueblo apenas puede respirar (p. 223) sumergido en la más absoluta miseria.
Después de la lectura de esta novela, que se cierra de manera circular con final abierto, conviene no perder de vista la producción futura de este autor, pues queda claro que está llamado a ocupar un lugar significativo no solo en la historia de la literatura árabe sino también en la universal. Quizás sea un juicio precipitado, pero el paso del tiempo permitirá saber si mis intuiciones son o no ciertas, por ahora esta voz promete consolidar un modo de narrar, con valentía para no omitir ni un solo tema, capaz de estremecer con sus descripciones, perturbar con sus descripciones y esperanzar con sus reflexiones, como la que emana del personaje de Abdulá en una escena de la novela: “No entiendo por qué a algunos no les bastan las ideas que ocupan su mente, sino que, además, se empeñan en poseer las mentes de los demás” (p. 142). Tarea nuestra será, por tanto, no permitir que posean las nuestras, especialmente en estos tiempos del barullo cibernético y los debates estériles acerca de nuestro tiempo.
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