PAUL, André: La Biblia y Occidente. De la biblioteca de Alejandría a la cultura europea. Verbo Divino, Estella, 2008. 454 páginas. Traducción de Pedro Barrado Fernández. Comentario realizado por Jesús Sanjosé del Campo.
Si la editorial Verbo Divino es perfectamente conocida dentro del panorama español por su ingente y variada producción sobre temas bíblicos, no hay duda de que esto lo ha conseguido gracias a la maestría con la que ha sido capaz de seleccionar para el público una serie de obras, tanto españolas como extranjeras, en las que con inteligencia se combina la divulgación con la investigación. La obra que ahora nos ocupa es una traducción del francés de una obra del célebre biblista e historiador Paul André, que posee la rara habilidad de aunar investigación y divulgación. En este caso estamos ante un ejemplo de cómo lo primero, la investigación, se puede poner al servicio de lo segundo, la divulgación, con lo que se consigue un resultado que es perfectamente asequible a cualquier lector que con un determinado nivel cultural, sea cual sea su especialidad, se acerque a la Biblia considerada bien simplemente como una de las raíces de la cultura occidental, bien como un escrito que además de ser la raíz de la cultura es la base de las creencias de una serie de personas.
En resumen, lo que consigue el autor es una sistematización sólida acerca de los orígenes de la Biblia a base de prescindir de teorías discutibles sobre aspectos concretos de difícil intelección para el no especialista. La opción consiste en establecer un sólido edificio, fundado en sólidos cimientos, poniendo ante el lector lo que se conoce con certeza y dejando de lado lo que no permite avanzar. Surge así un edificio de tres plantas basado en buenos cimientos.
En la introducción, los cimientos, bajo el título De la semilla bíblica a la Torá rabínica, se plantea el nacimiento de la conciencia que tiene Israel de ser un pueblo que posee una ley. Todo ello nace de la reflexión sobre la propia historia en la que sobre las raíces mitológicas arraiga la conciencia de la intervención de un dios un tanto singular. La reflexión, más allá del pensamiento, consigue una especial entidad cuando algunos son capaces de plasmar su experiencia en documentos escritos que llegan a ser multitud. Con el paso del tiempo, el pueblo judío se siente obligado a hacer un doble proceso de expurgación: se trata de elegir entre todo lo escrito aquello que contiene una especial santidad; y de entre las diferentes formas de un mismo escrito la que mejor expresa la experiencia de santidad. De esta manera se inicia un proceso que consigue fijar unos textos y una lengua. Estos son los cimientos sobre los que se fundamental el edificio.
La planta primera, La Biblia griega de Alejandría y su destino cristiano, queda establecida por el autor sobre cuatro columnas: la que aclara el papel que desempeña Alejandría y su Biblioteca como lugar de encuentro entre la cultura hebrea y la cultura griega; la que establece el esfuerzo que supone la edición de la Biblia de los Setenta —se trata de traducir del hebreo al griego el libro santo, un esfuerzo que otras religiones o no hicieron o tardaron en hacer—; la que muestra el impacto que el esfuerzo judío supuso para los escritores cristianos —unos se aferran a sus propias tradiciones, otros no dudan en adoptar ésta—; y por fin, la que plantea el papel que desempeñaron las diferentes iglesias —coptas, etíopes, armenias, georgianas…— al traducir a sus respectivas lenguas la versión de los setenta, con lo que, de hecho, se acepta en las iglesias orientales la versión alejandrina.
Sobre esta planta primera se puede seguir construyendo la segunda, y se hace en este caso bajo el título de El advenimiento literario de las escrituras cristianas. Es decir, se trata de establecer el proceso de producción de lo que hoy conocemos como Nuevo Testamento sobre lo ya construido del Antiguo. Los cristianos en este caso, al igual que los judíos antes, iniciaron en sus diferentes comunidades el proceso para discernir de entre la multitud de los escritos existentes, en los que se contaba la experiencia de ser cristianos en una comunidad concreta, cuáles eran los que se podían considerar santos y cuáles no.
Pero el edificio no está finalizado aún, hace falta poner la tercera planta y el tejado. En la parte tercera se asienta un nuevo cambio cultural: el que supone el salto de Alejandría a Roma y de la lengua y cultura griega por la lengua y cultura latina. Y ante esto una pregunta: ¿hay que iniciar todo el proceso de nuevo?, ¿volver al hebreo o ir al griego? Ante ello, Jerónimo toma una opción que unos refrendan y otros no…
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