viernes, 22 de mayo de 2020

Tony Judt: Algo va mal. Por Pedro Carlos González Cuevas

Judt, Tony: Algo va mal. Taurus, Madrid, 2010, 256 páginas. Traducción de Belén Urrutia. Comentario realizado por Pedro Carlos González Cuevas.

Historiador británico recientemente fallecido, Tony Judt nos ofrece un diagnóstico muy crítico de nuestra actual situación política y social. A su juicio, hemos entrado en «una era de inseguridad: económica, física y política», provocada sobre todo por la instauración de un sistema capitalista de mercado desregulado y del progresivo desmantelamiento del Estado benefactor. Las consecuencias de este proceso han sido, según el autor, muy negativas: estilo de vida «materialista y egoísta»; aumento de la pobreza; puesta en cuestión del sistema económico, porque «el capitalismo no regulado es el peor enemigo de sí mismo»; paro juvenil, generador de una nueva «generación perdida»; suspensión de la movilidad intergeneracional, etc. En contraste, Judt recuerda los llamados «Trente Glorieuses», basados en una «una mezcla de innovación social y conservadurismo cultural que tuvo un éxito extraordinario». Las críticas de que ha sido objeto este modelo son, para el autor, falsas. 

Judt incide igualmente en los aspectos «engañosos» de la globalización, cuya incidencia destruye progresivamente los fundamentos de la comunidad nacional, en los que descansa el sistema democrático-liberal. Algo que puede percibirse en la disminución constante de la participación en la toma de decisiones públicas, es decir, el llamado «déficit democrático». 

Como hombre de izquierda, Judt reprocha a la social-democracia la ausencia de una «narración» alternativa. Y se escandaliza de que el resto de los partidos políticos y de los movimientos sociales no aporten nada nuevo; todo lo que queda es «la política del interés, la política de la envidia, la política de la reelección». Y es que, a su juicio, los dilemas y deficiencias del Estado benefactor se deben más a la cobardía política que a la «incoherencia económica». Por todo ello, el autor enfatiza la necesidad de «personas que hagan virtud de oponerse a la opinión mayoritaria»; y denuncia la insuficiencia de las instituciones políticas. En cualquier caso, Judt se muestra muy pesimista, ya que estima que no hay lugar para «la gran narración al viejo estilo»; tampoco, como agnóstico, cree posible «redescubrir el reino de la fe», si bien muestra su admiración por el poder carismático de Juan Pablo II, prueba fehaciente de la necesidad de una «narración moral»; incluso cree probable que la religión —como fe, comunidad y doctrina— experimente «cierta revitalización incluso en el secular Occidente». En opinión de Judt, no obstante, el principal problema es repensar el Estado y estima que es posible «reafirmar su papel dominante en los asuntos internacionales», y que puede convertirse en «una institución intermedia» entre los ciudadanos inseguros e indefensos y los órganos internacionales y corporaciones, «que no responden ante nadie».

Hubo un tiempo, todavía no lejano, en que se podía ser socialista y demócrata y, al mismo tiempo, dormir tranquilo. Hoy, todo es incertidumbre. Tal es el estado de ánimo que se percibe en la obra de Tony Judt. No ha sido el único en defender este diagnóstico pesimista. En realidad, entre los intelectuales y politólogos occidentales, la desilusión y el alarmismo resulta casi general. El filósofo Alasdair Macintyre denuncia que el liberalismo asegura «la exclusión de la mayor parte de las personas de cualquier posibilidad de participar activa y racionalmente a la hora de determinar la forma de comunidad en que viven». Lo mismo opina el politólogo Danilo Zolo, para quien las nociones de «soberanía popular», «bien común», «participación», «consenso», «pluralismo», «opinión pública», parecen cada vez más palabras vacías. Otro politólogo, Guy Herment, por su parte, anuncia el «invierno de la democracia» a partir del advenimiento de una «Gobernanza» supranacional y tecnocrática. Ralf Dahrendorf considera imposible el desarrollo de la democracia fuera del marco del Estado-nación; de ahí las amenazas que suponen la globalización, el ascenso de una «nueva clase global» y la constitución de la Unión Europea. El sociólogo Zygmunt Bauman señala que la democracia se encuentra en peligro, ya que surgió en el contexto de una sociedad «sólida» de productores, basada en las ideas de autodeterminación y autogobierno, que va siendo sustituida por una sociedad «líquida» de consumidores.

El esquema-denuncia de Judt está en esta línea. El historiador británico exalta la era de lo que se ha denominado «consenso socialdemócrata» de una manera un tanto unilateral y acrítica. Hay que decir que, en ese aspecto, la problemática surgida del ascenso del neoliberalismo trasciende las diferencias entre izquierdas y derechas. Al fin y al cabo, el Estado benefactor fue un invento de la derecha autoritaria bismarckiana. En la necesaria lucha contra la hegemonía neoliberal pueden coincidir no sólo la izquierda socialdemócrata, sino la derecha católica, los defensores de un orden corporativo, nacional-populistas, etc. En esta lucha, resulta necesaria igualmente una «narración» en que de manera crítica se analicen los defectos de esos treinta años que Judt mitifica. En concreto, la democracia de ese período funcionaba, de hecho, según denuncia, Danilo Zolo, como una «oligarquía liberal». En cualquier caso, el problema es político. «Politique d’abord», podríamos decir. O, lo que es lo mismo, creación de nuevas identidades colectivas en torno a posturas políticamente diferenciadas y la consiguiente elaboración de nuevos proyectos sociales y políticos. Y es que la crisis económica actual posibilita e incluso obliga a la crítica del capitalismo liberal y, con ella, a todo lo que ha venido acompañándole, en particular su modelo político y económico. 

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