viernes, 29 de mayo de 2020

Alain Corbin: Historia del silencio. Por Fernando Vidal

Corbin, Alain: Historia del silencio. Del Renacimiento a nuestros días. Acantilado, Barcelona, 2019. 143 páginas. Traducción de Jordi Bayod Brau. Comentario realizado por Fernando Vidal (@fervidal31).

La publicación en español de la Historia del silencio de Alain Corbin ha cobrado notoriedad en el contexto del confinamiento por la pandemia de 2020. Tras tanto tiempo de vacío en las ciudades, hibernación del tráfico y pacificación de la hiperactividad, uno no quiere perder lo que su vida ha ganado de silencio. 

El historiador normando Alain Corbin (Lonlay-l'Abbaye, 1936) pertenece a la tercera generación de Historiadores Cotidianos que comenzaron Lucien Febvre y el sociólogo Marc Bloch en 1929 y continuó Fernand Braudel (1902-1985). En su carrera se ha especializado en el estudio de los sentidos a lo largo del tiempo, como el olfato, la mirada o las emociones. Dirigió una magnífica Historia del cuerpo (la traducción española en Taurus, de 2005, está agotada), su Historia del cristianismo y una Historia de la virilidad. Además, publicó una historia de la ignorancia, profundizó en la armonía de los placeres y sobre el cielo y el mar. Acantilado publicó en 2019 esta segunda traducción al español de un libro de Corbin, dedicado al silencio. 

En 140 páginas expone la consideración que ha merecido el silencio y sus texturas desde el final de la Edad Media, aunque hay referencias a tiempos anteriores. El libro tiene dos partes. La primera sucede en el curso de una escritura lenta.

En la segunda, la abundancia de autores apresura la exposición y tiene más de tratado que de experiencia de silencio. En ambas, irá formando un patchwork de citas que van exponiendo el tema. En medio, apenas dos páginas para contemplar a San José, “patriarca del silencio”, a la luz de Charles de Foucauld. Corbin se une al profeta Foucauld cuando estima la Nazaret de la Sagrada familia como el absoluto del silencio. El silencio de José supera a la palabra, es el corazón que escucha, la interioridad absoluta. Ese interludio divide el libro como si fuera Antiguo y Nuevo Testamento. En el segundo se hace sentir con mucha mayor fuerza la Modernidad. Considera que la ciudad moderna no es cada vez más ruidosa, sino lo contrario: ha impuesto el silencio a la algarabía urbana. Lo que sí existe contra el silencio es una “hiperdiatización” que establece una “conexión continua” y un “incesante flujo de palabras que se le impone al individuo y le hace temeroso del silencio” (p.8). 

El primer capítulo explora los lugares y figuras del silencio, como los niños (“el niño induce al silencio y lo transforma en territorio”, dice Philippe Garrel) o los animales (Max Picard señala el “denso silencio” que les caracteriza). El mismo Max Picard cree que una catedral románica engendra “hombres de silencio”. 

El segundo capítulo busca ese silencio en la naturaleza, siguiendo el espíritu de Henry David Thoreau, quien encuentra que los sonidos de la naturaleza son igual que el silencio. Max Picard piensa que “todas las cosas de la naturaleza están llenas de silencio; están ahí como depósitos repletos de silencio”… El bosque es un gran lago de silencio” (p.27). Víctor Hugo siente que cada árbol está lleno de silencio. Nicolas Klotz cree que el silencio está ahí donde comienza el mundo. Corbin va haciendo aparecer a los pensadores y espirituales que han meditado sobre el silencio, como Saint-Exupéry y su silencio desértico, mineral. 

Tras establecer los lugares de silencio -la intimidad y la naturaleza-, el tercer capítulo aborda las búsquedas del silencio. El método contemplativo que propone el dominico Luis de Granada a través de la imaginación interna de cuadros de la vida de Cristo, culmina en Ignacio de Loyola, cuyo “mensaje se funda en el silencio”. La búsqueda moderna del silencio comienza en todos estos espirituales. Junto con Teresa de Jesús –“a Dios se le alcanza solo en el silencio”-, Bossuet o el abate de Rancé -reformador de la Trapa- van dando forma a esos buscadores que en el caso de los cartujos fueron denominados por su silencio absoluto “locos de Dios”. El silencio es lugar de fundación y crecimiento. Margaret Parry sostenía que “si queremos alcanzar una vida auténtica, es indispensable fundar un monasterio del silencio en nosotros mismos” (p.63). “Solo en el silencio de las pasiones es posible estudiar”, apunta Obermann. 

El cuarto capítulo aborda la evolución de la reducción del ruido en las ciudades y en las relaciones sociales, especialmente el silenciamiento de los ruidos del cuerpo. 

El siguiente capítulo aborda la relación entre palabra y silencio. Pierre Emmanuel, en La revolución paralela, dice: “el silencio es la palabra transfigurada. Ninguna palabra existe en sí misma; la palabra no es más que por su propio silencio. Y Jean-Marie Le Clézio en El éxtasis material: el silencio es la suprema consumación del lenguaje. Según Merleau-Ponty, el lenguaje solamente vive del silencio. De ese modo, Wittgenstein inicia una empresa de rehabilitación del lenguaje por el silencio: para reposeer nuestras vidas debemos pasar por el silencio. 

Llega en ese punto a la cuestión del silencio de Dios: Kierkegaard recuerda que cuando Dios calla, habla. A Víctor Hugo, en Las contemplaciones, todo en la Creación le habla. El resto del capítulo lo dedica a la pintura y uno ya tiene la sensación de que el autor cose unos temas con otros con cierta prisa. ¿Un libro sobre el silencio debe ser una experiencia de silencio? Escribí un libro sobre Pensamiento visual que tenía unas diez páginas de ilustraciones. En la feria del Libro de Madrid una lectora lo ojeó y me dijo: para ser un libro de pensamiento visual, es muy poco visual, ¿no? Era verdad. Uno espera que un libro de pensamiento visual sea una experiencia visual. Los capítulos siete y ocho abordan otras texturas del silencio, otros significados y usos del silencio para ocultar, odiar, enfatizar, odiar. El noveno y último capítulo explora los tonos trágicos del silencio, con una especial atención a Job y Cristo en cruz. 

Nada sobra en el libro, quizás tratar con más parsimonia algunos de los temas de la segunda parte. A cambio, el libro es entretenido y nos permite una panorámica de la cuestión del silencio en la Modernidad. Se puede echar de menos profundizar en cada autor -por ejemplo, al hablar de San Ignacio de Loyola, no entra en los Ejercicios Espirituales, verdadera escuela de silencio-, en la relación con la Filosofía -hubiera sido necesario abordar la relación con el Existencialismo o el Nihilismo- y están ausentes las tradiciones que no sean occidentales. Las sucesivas olas de cultura asiática en Occidente han sido muy importantes a lo largo de todo el siglo XX y el silencio ha sido, quizás, el elemento vital. No obstante, al terminar el libro uno solo echa de menos más y eso es uno de los mejores modos de terminar una lectura. Querer leer más y seguir en silencio porque, como decía Pascal Quignard, “solo el silencio permite contemplar al otro”. 

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