Mandelstam, Ósip: Antología poética. Alianza, Madrid, 2020. 359 páginas. Edición de Jesús García Gabaldón. Comentario realizado por Fátima Uribarri.
Sirva de homenaje este artículo a la memoria de Vitali Shentalinski. Dos años han pasado desde su muerte en extrañas circunstancias. Acababa de publicar La palabra arrestada, tras descubrir en los sótanos de la Lubianka, no solo las actas de los interrogatorios, las transcripciones de los juicios y la correspondencia intervenida a centenares de escritores represaliados por el régimen, sino una enorme cantidad de manuscritos que aún precisan orden y edición. Hablamos de Isaak Babel, Bulgakov, Anna Ajmátova, Marina Tsvietáieva, Vsélovod Meyerhold, Boris Pilniak, Nikolai Gumiliov o el propio Ossip Mandelstam, del que hoy nos ocupamos.
La literatura rusa del siglo XX sigue en estado de orfandad y el gobierno ruso parece poco interesado en rehabilitarla. Fue Shentalinski quien puso al gran público tras la pista de Mandelstam hace treinta años en su libro De los archivos literarios de la KGB. Fue él quien habló por primera vez de aquella noche del 16 al 17 de mayo de 1934 en que los agentes del OGPU se presentaron en el apartamento 26 del n.º 5 de la calle Nashokin, en Moscú, donde vivían Ósip y Nadiezhda Mandelstam. Ella lo cuenta con crudeza en sus memorias Contra toda esperanza.
Un golpe en la puerta les llevó a las puertas del infierno. Los agentes de la nkvd encontraron en la casa a Ósip, Nadiezhda, Anna Ajmátova y David Brodski, un admirador que resultó ser el delator del matrimonio Mandelstam. Ósip acababa de regresar de casa de un vecino, adonde había ido en busca de un huevo porque apenas tenía algo que ofrecer a sus invitados. No hallaron el poema de Stalin que buscaban. Mandelstam no solía escribir sus poemas; procedía con cada uno de ellos a un largo proceso de gestación proveniente de una epifanía que le rondaba a modo de motivo musical, los rumiaba palabra a palabra, los pulía, los limaba con precisión hasta expurgar toda inexactitud y, finalmente, los memorizaba. A veces los recitaba a sus próximos, en ocasiones los guardaba para sí y Nadiezhda los retenía en su maravillosa memoria como albacea. Recordaría con milimétrico detalle cada verso hasta su muerte. Por eso se salvaron los versos de Ósip: su cuerpo era su palimpsesto, su cuaderno y, en caso de no hallar libertad de imprenta, también su tumba. El poema que buscaban era una vitriólica burla de Stalin que Brodski había memorizado también y que había hecho llegar a oídos de la policía. Mandelstam no lo llegó a escribir, pero sí lo recitó en varias ocasiones ante testigos, consciente de que cualquiera podría haberlo delatado. Fue sometido a terribles interrogatorios durante dos largas semanas. Trató de acabar con su vida sin éxito al menos una vez en la prisión. Contra todo pronóstico, la primera condena no fue el fusilamiento sino el exilio, pero ambos sabían que Stalin lo haría ejecutar tarde o temprano.
Tomaron rumbo hacia a Cherdyn, en la región de Krai de Perm, y más tarde a Vorónezh. Anna Ajmátova no dudó en calificar aquella inusual condena de “vegetariana”, por su suavidad. No obstante, como esperaban, la vida no les concedió una segunda vuelta: Ósip fue detenido de nuevo en 1938 y confinado en el campo de concentración Vtoráya Rechka (cerca de Vladivostok) tras recibir el envenenado encargo de escribir tres odas a Stalin por parte de la Unión de Escritores de Moscú.
Destrozado física y psíquicamente, Mandelstam no pudo aguantar los trabajos forzados y murió el 27 de diciembre de 1938 de un paro cardíaco. Fue enterrado en una fosa común. Nadiezhda, entre tanto, consiguió esquivar los seguimientos policiales e incluso de un par de intentos de detención. Sus memorias Contra toda esperanza empiezan por la famosa bofetada de Ósip al intocable Alexei Tolstoi y terminan en el campo de concentración donde su compañero perdió la vida. Estas memorias corrieron de mano en mano en samizdat (cuadernos clandestinos que se copiaban a lápiz o se ciclostilaban de forma precaria y circulaban de mano en mano con grave riesgo de quienes los custodiaban). Millones de lectores conocen hoy estas memorias y la obra de Mandelstam a caballo de su lectura. Sorprende la minuciosidad de los interrogatorios a Mandelstam y sus respuestas entre esquivas e irónicas. En ellas y en sus versos advertimos el verdadero peligro que supuso para el régimen y entendemos el furor con que fue reprimido: en 1934 fue plenamente consciente de lo que iba a suceder en la Unión Soviética y no ahorró términos para advertirlo. No estuvo dispuesto a pagar el precio de renunciar al presente por un futuro que nunca habría de llegar: perder la noción de lo humano, de la medida, de las escalas, ahogar la propia voz, callar, asumir la enajenación colectiva y la insensibilidad dominante, dejar de aullar ante la injusticia. Si escribió aquel poema laudatorio al final de sus días, que fue precisamente el que le costó la última detención, fue por agotamiento. La crueldad de Stalin trató de humillarlo antes de destruirlo. No obstante, como dijera Joseph Brodsky, los poetas siempre tienen razón, y si no se la dan en su momento, el tiempo acaba por devolvérsela.
En lo tocante a la presente edición, conviene destacar que no disponíamos apenas de ediciones del más grande poeta ruso del siglo XX, tan solo comparable a lo que supuso Pushkin para el XIX. Ósip Mandelstam ha sido una leyenda sin verter al español hasta hace no demasiado tiempo. Disponíamos tan solo de una traducción al catalán de Jaume Creus i del Castillo y de una inencontrable edición americana en castellano, alguna edición reciente de ciclo Armenia y el Coloquio sobre Dante era lo único que podíamos encontrar. La edición y traducción que Jesús García Gabaldón lleva a cabo para Alianza es imprescindible y espléndida. Encontrar alguna de las dos ediciones que llevó a cabo para editorial Igitur hace más de dos décadas era ya una tarea poco menos que imposible. De la selección de poemas escogidos por García Gabaldón, nada hay que objetar: ha concedido peso a los primeros libros en los que Mandelstam configura su poética: hay un significativo repertorio del primerizo De la piedra (1908-1915), mientras que a Tristia le dedica cuarenta y tres poemas. Ocupan el grueso de la antología, los Cuadernos de Moscú y los tres Cuadernos de Voronezh, cuadernos escolares en los que Ósip guardó su experiencia en el exilio. Cierran la selección los poemas dedicados a Stalin, epítome de la crueldad.
Cada uno de los poemas de Tristia destila un profundo conocimiento del tiempo: “A nosotros solo en las batallas nos habla el destino / y a ellas les es dado morir leyendo el futuro”. Es sobrecogedor leer en las memorias de Nadiezhda cómo Ósip leía las Tristes de Ovidio -el poeta de Sulmona desterrado por Augusto las escribió camino de Constanzay los versos de Pushkin a sus guardianes en el tren que los llevaba al exilio en los Urales, como si aquel segundo libro suyo fuera una premonición del destino compartido con el gran poeta latino.
Para quien no conozca la obra de Mandelstam, quizá lo más impactante sea el encuentro con los Cuadernos de Voronezh. El primero fue escrito entre abril y junio de 1940. En él poetiza las experiencias del destierro, su segundo intento de suicidio al saltar desde la ventana de un hospital de Cherdin y el modo en que recuperó la cordura. El segundo cuaderno fue redactado entre el 6 de diciembre de 1936 y finales de febrero de 1937; los poetas exiliados y perseguidos de la historia toman la voz del poeta y engranan en sus versos las experiencias del desgarro vital. Se trata de un libro cargado de nuevo con la ambigüedad, la ironía y el juego que caracterizaron su poesía primera. El tercer cuaderno, hilado entre marzo y mayo de 1937, gira en torno al eje del poema “Versos del soldado desconocido”, quizá su poema más importante y significativo.
La poesía de Mandelstam no es fácil: requiere paciencia y contexto, pero sobre todo, porosidad lectora para identificarse con su tragedia. También con el parto de la vida y de la poesía que nace de esa herida. Mandelstam defendía que la poesía es un arado que revienta los sedimentos del tiempo hasta que las capas más hondas, el humus del tiempo, encuentran la luz del conocimiento. En Tristia confronta el mundo grecorromano con las duras aristas del mundo soviético. Los cuadernos de Moscú y los de Voronezh constituyen un desafío por encontrar un hálito dignidad en la condena y la podredumbre. Mandelstam sabía que su sentencia estaba ya dictada en 1934 y que todo era cuestión de tiempo, sin embargo eligió caminar hacia el límite y no callar, aullar en busca de su dignidad, la de sus coetáneos, la de sus herederos, la de todos nosotros. Su poesía es quizá el gran monumento a la libertad del siglo XX.
Leer a Mandelstam es como anidar siglos de gusanos de seda que acabarán por eclosionar cuando cerremos el libro. Leerlo es a veces un trabajo arduo, oblicuo, inhóspito, pero deja la huella de su mente lúcida y un extraordinario dominio de la imagen y el verbo. Eligió Voronezh, quizá porque sabía que allí estaría lejos del ruido de sables. Eligió Voronezh para alejar a Nadiezhda del crimen que le estaba reservado. Eligió Voronezh porque no era grande, porque nadie iría a cobrarse otra pieza suya quizá. Poeta hospitalario y comprometido, eligió Voronezh y ahí seguimos todos.
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