lunes, 14 de marzo de 2022

Daniel Portillo Trevizo (ed.): Teología y prevención. Por Ianire Angulo Ordorika

Portillo Trevizo, Daniel (ed.): Teología y prevención. Estudio sobre los abusos sexuales en la Iglesia. Sal Terrae, Santander, 2020. 327 páginas. Prólogo del papa Francisco. Comentario realizado por Ianire Angulo Ordorika (Facultad de Teología, Universidad Loyola Andalucía, España).

Si hay un tema que quisiéramos no tener que ahondar por su inexistencia, ese sería el de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia. Por desgracia, no es el caso y se hace necesario enfrentarnos a esta situación desde la hondura, con el fin de abordar también la raíz de estos escandalosos acontecimientos. Este libro nace precisamente de este deseo. En sus páginas se concentran las reflexiones de varios teólogos de distintas nacionalidades. La investigación y su publicación están impulsadas por el Centro de Investigación y Formación Interdisciplinar para la Protección del Menor (CEPROME) y amparadas por el empeño del papa Francisco por abordar esta cuestión con responsabilidad y honestidad, pues es él quien prologa la obra.

Este estudio, riguroso, serio y plural en su estilo, se estructura en torno a once capítulos. El primero de ellos corre a cargo de Daniel Portillo, que es también el editor. Su investigación gira en torno a la cuestión de la prevención. Insiste en plantear los abusos y el clericalismo del que brota como una eclesiopatía, no solo por la responsabilidad de la institución, sino también por cómo implica una corrupción del mismo concepto de Iglesia. La propuesta de Portillo es plantear una eclesiología en clave preventiva, en la que evangelizar y prevenir caminen de la mano como las dos caras de una misma misión. Desde la clave de la prevención, todo bautizado está invitado a ese “evangelio de la ternura” que es el cuidado de todos.

Rafael Luciani se ocupa del segundo capítulo. En él presenta la sinodalidad como el modo de dinamitar la raíz más profunda de cualquier forma de abuso, que es el clericalismo. A partir del modo en que la Iglesia se pensó a sí misma en el Concilio Vaticano II, este teólogo reflexiona sobre cómo la concepción de la Iglesia en cuanto pueblo de Dios concentra en sí un potencial cambio eclesiológico que prima el sacerdocio común, que invita a revalorizar el sensus fidelium y que reconoce la transitoriedad de la ordenación sacerdotal y de la jerarquía. Desde estas claves, plantea que la búsqueda de consenso y de una sinodalidad real no supone solo una forma de redistribuir el poder, sino también un nuevo modelo eclesiológico surgido en el Concilio.

El tercer capítulo gira en torno a las víctimas y cómo su clamor es causa de interpelación teológica. Cesar Kuzma apunta a cómo una necesaria conversión pastoral de la Iglesia implica ponerse al lado de quienes habitan el reverso de la historia, especialmente en la cuestión de los abusos. El autor señala dos sendas necesarias que recorrer. Por una parte, avanzar hacia una Iglesia más sinodal y, por otra parte, proponer la vulnerabilidad como camino alternativo a lo que él denomina jerarquialismo. Del mismo modo, propone retomar a teólogos que han puesto el centro de su reflexión en los más vulnerables y en la esperanza de las víctimas, como Sobrino, Moltmann o Mendoza-Álvarez.

La situación vivida en Chile es el eje del cuarto capítulo. Carlos Schickendantz presenta el diagnóstico de la grave situación que hizo el papa Francisco en una carta privada a los obispos chilenos. En ella se denuncia la falta de escucha y discernimiento, el haber convertido a la propia institución en el centro eclesial, un clericalismo que olvida la igual dignidad de todo bautizado, una psicología de élites y defectos muy graves en el modo de gestionar los casos de abuso. El autor hace notar cómo estos problemas sistémicos coinciden con el diagnóstico del llamado “informe australiano”.

Llama poderosamente la atención que en esta obra coral, en la que se denuncia globalmente el clericalismo como origen de todo tipo de abusos, sea tan escasa la presencia laical. De entre los once teólogos que componen la reflexión, solo tres de ellos son laicos y, de ellos, una única mujer. Sandra Arenas hace una valoración de la eclesiología conciliar en el contexto latinoamericano. Esta autora considera que la opción preferencial por los pobres, que marcó el recorrido eclesial en ese continente, no sirvió para prevenir los abusos. Según muestra Arenas, la preocupación por las relaciones ad extra de la comunidad no llevó a replantear con seriedad las relaciones de poder ad intra. Se proponen ocho correctivos para una formación eclesiológica transversal.

El clericalismo centra, de nuevo, el sexto capítulo. Eamonn Conway parte de un recorrido por la denuncia del papa Francisco al clericalismo y apunta a la importancia de considerar, no solo las teologías explícitas sobre el ministerio sacerdotal, sino también aquellas no verbalizadas pero sí operativas. Fijándose no tanto en qué se dice sobre el sacerdocio ordenado sino en cómo se vive este, esboza cuatro tipologías y especula sobre los riesgos de abusar de menores en cada una de ellas y el modo en que se manejarían los casos de abuso sexual según el modelo de clérigo.

El celibato sacerdotal es el tema que ocupa el capítulo de Luis Manuel Alí Herrera. Tras una mirada panorámica a la cuestión tras el Concilio Vaticano II, sugiere algunos elementos a tener en cuenta en la formación y despliegue de un ministerio ordenado célibe que integre a la persona. Federico Altbach Núñez hace un recorrido por la filosofía y la teología del cuerpo en su capítulo, para apuntar a cómo una visión más positiva de la corporalidad y la sexualidad humana podría combatir el clericalismo. Por su parte, Ernesto Palafox desarrolla la necesidad de una pastoral preventiva, indicando su naturaleza, el método, las actitudes, el itinerario y los elementos que ayudarían a darle seguimiento.

Benjamín Clariond aborda el dilema moral de publicar los nombres de los victimarios en caso de abusos. Ofrece una serie de elementos para el discernimiento según diversos factores, como el hecho de haber sido ya condenados o de haber fallecido. Argumenta, además, contra las razones que se suelen esgrimir a la hora de evitar ofrecer esta información, abogando siempre por la importancia de comunicar y la posibilidad de sanación que supone para las víctimas. El último capítulo, a cargo de Jesús M.ª Aguiñaga Fernández, se centra en la atención pastoral y espiritual de los victimarios. Para ello recurre al comentario de S. Agustín al Salmo 79.

Este libro sinfónico está atravesado por un tema musical que se repite a lo largo de los capítulos de formas diversas. Este estribillo está compuesto por la denuncia del clericalismo que subyace a todo tipo de abusos y la invitación a desarrollar soluciones ya implícitas en los documentos conciliares: la Iglesia como pueblo de Dios y la sinodalidad que de esta afirmación se deriva. Esta insistencia, que puede dejarnos el regusto a repetitivo, resulta necesaria y pretende ir calando en la reflexión teológica. Con todo, sería deseable que en próximos estudios la variedad de autores fuera un ejemplo de esa sinodalidad que se anhela.


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