viernes, 25 de marzo de 2022

Byung-Chul Han: Caras de la muerte. Por Javier Sánchez Villegas

Han, Byung-Chul: Caras de la muerte. Investigaciones filosóficas sobre la muerte. Herder, Barcelona, 2020. 274 páginas. Traducción de Alberto Ciria. Comentario realizado por Javier Sánchez Villegas.

¿Tiene sentido hoy tratar el tema de la muerte? ¿No nos hemos acostumbrado a vivir como si fuéramos inmortales? Cementerios, tanatorios, hospitales… parece que todo lo que tiene que ver con la finitud humana lo ponemos a un lado, no vaya a ser que nos lleve a tener una mirada sobre la realidad y sobre nosotros mismos distinta de la ficción en la que nos hemos instalado.

Por este motivo, nos parece valiente el planteamiento de Byung-Chul Han, autor coreano (Seúl, 1959) formado en Filosofía, Literatura y Teología en las universidades de Friburgo y Múnich. Es profesor en distintas universidades suizas y alemanas, y autor de más de una decena de libros (muchos de ellos pueblan las mesas de novedades de las librerías especializadas).

Caras de la muerte (Todesarten, en su versión original), la obra que estamos presentando, vio la luz en 2015. Y claramente ocupa un lugar especial en la obra de Han. De alguna forma es un paso más a los dados en su obra Muerte y alteridad, de 2012.

La muerte ha estado presente en la filosofía desde los orígenes. Ya el pensador alemán Karl-Heinz Volkmann-Schluk, en su obra Introducción al pensamiento filosófico, hablaba de la filosofía como tendencia hacia la muerte analizando textos de autores presocráticos. El mismo Platón pensaba que el sentido último de la filosofía es la preparación para la muerte. Parece evidente. El conocimiento teórico de la realidad nos hace mirar hacia el cósmos noetós, el mundo de las ideas, lo cual hace que se purifique el alma y pueda romper así con las cadenas que la tienen subyugada a la realidad material. La muerte es un paso necesario para alcanzar nuestra genuina existencia.

Lo que parece claro, más allá de la visión platónica de la muerte, es que Byung-Chul Han dialoga en profundidad con la tradición filosófica, en concreto con autores como Adorno, Heidegger, Derrida, Lévinas, Kafka y Handke. Esto le llevará a describir la muerte como a través de un caleidoscopio, a partir de las lecturas de estos autores.

En el fondo, todo surge de una experiencia de la muerte (que, al final, por otra parte, todos tendremos antes o después). En el caso de Adorno, cuando era niño, preguntando “¿qué es esto?” al ver pasar un camión de transporte de animales muertos. Él mismo dice que esa fue para él la primera pregunta de la filosofía, mucho antes que cualquier otra.

Y aquí nos chocamos nuevamente con los límites. Porque podríamos decir que la pregunta por la muerte es la pregunta por lo que no se puede conocer, por aquello que está más allá de nuestros límites, experiencia, etc. Hasta el punto de que elaborar un pensamiento que transite a través de la muerte llevaría al sujeto a la no-existencia.

Así, poco a poco, nuestro autor va presentando las distintas caras de la muerte y configurando una estructura clara: la muerte como herida, como ética, lo otro de la muerte, la escritura hacia la muerte y el nombre de la muerte. Todas las caras pivotan, a mi juicio, sobre una idea: “Sin la muerte no habría ninguna decisión responsable” (p. 93). La muerte es la que, en definitiva, determina nuestra relación con uno mismo, con los demás y con la realidad. Hasta el punto de que aprender a vivir, en última instancia, significa aprender a morir.

Hyung-Chul Han, con un lenguaje poético y filosófico de alto nivel, no apto para todos los públicos, se adentra en lo que serían las fronteras de la existencia humana y del conocimiento. Ya al comienzo del libro (pp. 12-13) dice lo siguiente:
Asumir la muerte en la conciencia no significa solo tomar nota de la muerte. No solo exige pensar en la muerte, sino un pensar que recorra la muerte, que se arrime a ella, estar dispuestos a que sea la muerte la que nos dé el pensar. Asumir la muerte en la conciencia no consiste solo en asignar a la muerte, generosa o magnánimamente, un sitio en la conciencia, de modo que la muerte pase a ser un contenido de la conciencia mientras la conciencia misma se mantiene incólume en su forma anterior. Más bien sucede que la muerte hace que se tambalee la imagen que la conciencia tiene de sí misma. Con la experiencia del horror la conciencia entra en contacto con lo distinto de ella misma.
Pues efectivamente, si nos tomamos en serio este tema, tendremos que renunciar a muchas de las ficciones en las que nos hemos instalado para hacernos la vida más agradable. Pero, viendo cómo nos desenvolvemos en el mundo, y el nivel de satisfacción que nos otorga la irrealidad en la que estamos inmersos, tengo la sensación de que hace falta algo más que inteligencia para afrontar estas cuestiones con rigor y seriedad.


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