Burkert, Walter: Religión griega. Arcaica y clásica. Abada Editores, Madrid, 2007. 504 páginas. Traducción de Alberto Bernabé. Comentario realizado por Luis Fernando Torres.
Walter Burkert, catedrático de Cultura Clásica en la Universidad de Zúrich, despliega en esta obra un caudal extraordinario de fuentes históricas en la exposición sistemática de la religión de los antiguos griegos. El traductor Alberto Bernabé es helenista y especialista en lenguas indoeuropeas con traducciones propias de los Himnos homéricos, de Píndaro y de Aristóteles. Burkert comienza por hacer referencia a la poesía indoeuropea y sus expresiones en védico y en griego deteniéndose, a la hora de construir la estructura simbólica de la religión, en las fórmulas “gloria imperecedera” que canta a los héroes y “dispensadores de bienes” que canta a los dioses. Analiza la palabra “hecatombe” en griego como sacrificio de cien vacas, como pérdida del sentido primordial del indio antiguo, donde sería más bien “una acción sacrificial que produce cien vacas” alabanza por lo tanto a la fecundidad de la vida siguiendo, según él, los mecanismos de construcción lingüística indoeuropea. Pero el humus nutricio de la religión griega ancestral no sería únicamente indoeuropeo y mediterráneo, habría que tener también en consideración el influjo anatolio o cretense entre otros.
La Generación de los dioses procedería del antiguo oriente y del sacrificio olímpico de la tradición semítica, no habría por lo tanto un único origen de la religión griega. En Creta en la Edad del Bronce, antes de la conquista de los griegos micénicos, se encuentran representaciones de la diosa-hipopótamo egipcia Ta-urt cuya espalda está cubierta por una piel de cocodrilo signo inequívoco de la influencia egipcia.
En la Grecia antigua, el culto comunitario, donde el ritual es motivado por el mito y expresado en el sacrificio de animales de sangre caliente, tiene escaso componente mágico que quedaría relegado a “la intencionalidad individual”. En el sacrificio “el animal debe ser perfecto, también se le adorna con cintas, se le doran los cuernos”, el cuchillo para el sacrificio “es llevado en procesión bajo cebada y tortas” por jóvenes vírgenes, se vierte vino sobre el fuego del altar y cuando se apaga comienza el banquete de la carne sacrificada.
Recordando a E. Dodds en su obra Los griegos y lo irracional, los sacrificios humanos no estaban exentos de la vida religiosa griega, en general esos ritos eran considerados como “bárbaros” procedentes de Cólquide, costa del mar Negro, y llevados a Grecia por Orestes y arraigados en Halas Arafénides, según Eurípides, en el templo de Artemisa; era un acto perverso en “extremo opuesto, aunque muy similar, del acto piadoso” (p. 84). En realidad no se podía matar a un hombre que estuviese junto al altar, se trataría de una subversión sacrílega que perjudicaría a toda la ciudad. No obstante, los sacrificios incruentos eran definidos como puros “hagna thymata”.
Podemos descubrir un acto civilizador en la religión al humanizar la guerra, cuando en el s. V surgieron “anfictiones” o agrupaciones de ciudades en torno a importantes santuarios como el de Delfos en el año 590 a.C., a pesar de la eventualidad de una contienda, se prohibía “cortar el agua” o “destruir “las ciudades del enemigo”. La insatisfacción para el espíritu de las primitivas religiones griegas abonaría el surgimiento de los cultos órficos, que según J. Pierre Vernant, basándose en el papiro de Derveni, descubierto en 1961, podrían haber influido tanto en los presocráticos como en Empédocles. Se trataría de una visión inversa a la de Hesíodo donde el impulso cósmico va del desorden al orden jerárquico, ya que el Universo y el hombre, para los órficos, en realidad, surgirían desde la Unidad de la plenitud en “la totalidad cerrada” precipitándose hacia el desorden de la pluralidad resquebrajada, mutilada e individualizada; los ritos de purificación huyendo de la carne y de la sangre se postulaban como salvación de la impureza que impide la recuperación de la unidad perdida como vuelta a la edad de oro primigenia. El gran W. Jaeger no obstante atacó la idea de A. Toynbee donde el orfismo se habría constituido como en una “iglesia pagana” considerando que tal visión implicaba “un espejismo histórico donde proyectábamos al pasado remoto nuestras insatisfacciones presentes”.
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