viernes, 12 de abril de 2024

Karl Rahner: Dios, amor que desciende. Por Mª Dolores López Guzmán

Rahner, Karl: Dios, amor que desciende. Escritos espirituales. Sal Terrae, Santander, 2008, 248 pp. Introducción y edición de José A. García. Comentario realizado por Mª Dolores López Guzmán.

Hacía tiempo que Karl Rahner (1904-1984), uno de los teólogos más relevantes del siglo XX, se merecía salir de los «pasillos académicos» para que un público más amplio –en lengua castellana– pudiera tener la oportunidad de degustar sus palabras. Y aunque es cierto que todos sus textos mantienen la densidad inconfundible de su estilo, esta atinada selección que presenta José A. García ofrece la oportunidad de leer algunos fragmentos especialmente accesibles de su obra que acercan a su pensamiento y traslucen su honda espiritualidad. Porque, más allá de los siete núcleos temáticos en los que han sido agrupados –Dios y el mundo; La experiencia de Dios; Jesucristo; La Iglesia; María, madre del Señor; Una espiritualidad para nuestro tiempo; y Ser sacerdote hoy–, lo que cada uno de ellos transmite es una profunda experiencia interior. No en vano, los capítulos se «cierran» con una oración del propio Rahner que recoge el tema tratado y que deja traslucir su agudeza discernidora, su sensibilidad religiosa y un corazón «tocado» por Dios. Un acierto, acompañar sus reflexiones con estas oraciones.

Esta cualidad «espiritual» es la que favorece la lectura meditativa y sapiencial –lectura «orante»– que José A. García propone. No se trata, por tanto, de un libro para leerlo seguido, sino para saborear e interiorizar, para reflexionar y rumiar, para tener al alcance de la mano y dejarse guiar. 

Estos «escritos espirituales» transmiten varios aspectos del quehacer de Rahner que revelan lo que significa ser de verdad un «teólogo» (un término necesitado de saneamiento, dada la ligereza con que se emplea en nuestros días): alguien que sitúa a Dios como centro (y en el centro) de su vida y su reflexión, que vive un amor realista, indiscutible y profundo a la Iglesia, que integra pensamiento e interioridad (no es anecdótico que Rahner viera en los Ejercicios Espirituales un lugar privilegiado para descubrir la «autocomunicación» de Dios, afirmación nuclear de su teología), que mira permanentemente al mundo, que ha elaborado un pensamiento propio a partir de lo antiguo, que se convierte en referente para los demás, que es reconocido como tal por todos, que resiste el paso del tiempo, que es considerado en cierto modo un «maestro» pero sin que ello le impida ser consciente de las limitaciones de su tarea. Siempre consideró más importante la concreción del ser cristiano en la cotidianidad, en obras palpables, que las especulaciones, por muy sutiles y llamativas que fueran (p. 244). Así expresaba cómo entendía su vocación: «Yo quisiera ser un teólogo que dice que Dios es lo más importante y que nosotros estamos aquí para amarlo, olvidándonos de nosotros mismos» (p. 18).

Esta integración tan completa de aspectos esenciales de la fe en su persona lo convierte en un autor inclasificable. De hecho, el mismo Rahner ironizaba sobre cómo algunos lo situaban dentro del grupo de los teólogos llamados «antropocéntricos»; pero, según sus palabras, «en último término, esto constituye una absoluta falta de sentido» (p. 18). Una lectura atenta de sus escritos muestra que en la base de su teología está, sobre todo, el amor de Dios, un «amor que desciende, que se comunica al mundo» (p. 23) y que crea en el hombre la capacidad para relacionarse con Él y participar en su vida. El punto de partida es, por tanto, la Encarnación, donde teología y antropología han quedado unidas para siempre, pero sin olvidar que la primacía le pertenece a ese Dios que desciende y que ha posibilitado ese encuentro radical entre Él, el mundo y el hombre. 

Hay quien se acerca a Rahner buscando las obras académicas y sistemáticas, porque las considera más teológicas; otros prefieren quedarse sólo con los escritos de corte más devocional o espiritual, por resultar más asequibles; pero quien quiera conocer verdaderamente su pensamiento no podrá prescindir de ninguno de los dos, ya que están íntimamente relacionados y no se pueden entender por separado. Esta selección logra transmitir esa sólida interrelación. Por eso el lector no sólo encontrará algunas de sus ideas clave sobre temas importantes, sino su persona, su ser jesuita y sacerdote. Porque sus preguntas e inquietudes, sus respuestas y reflexiones no se pueden separar de lo que era o, mejor, de quién era. Ahora que vivimos en una época en la que prolifera una literatura testimonial de bajo calado, que considera que cualquier experiencia personal es de interés general, vale la pena acercarse a estos textos que muestran –gracias en parte al pulso del editor en la elección de los mismos– cómo las palabras de Rahner rezuman autoridad, porque son palabras que, sustentadas en la experiencia, van más allá de lo personal y tienen dimensión universal. Un libro altamente recomendable.


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