lunes, 5 de abril de 2021

Joyce Carol Oates: Un libro de mártires americanos. Por Jorge Sanz Barajas

Joyce Carol Oates: Un libro de mártires americanos. Alfaguara, Madrid, 2017. 814 páginas. Traducción de José Luis López Muñoz. Comentario realizado por Jorge Sanz Barajas.

La novela de la gran paradoja americana

Joyce Carol Oates, la eterna candidata al Nobel que quizá no alcanzará jamás, la escritora capaz de escrutar como nadie la anatomía patológica de América, acaba de escribir quizá su mejor novela hasta hoy: Un libro de mártires americanos. Se trata de una autora prolífica –más de cien títulos ya–, pero la envergadura de sus novelas dificulta su difusión. Con todo, estamos ante una de las grandes novelistas americanas: a la altura sin duda de Capote –que la odiaba–, de Updike, Roth, Delillo o Pinchon. De Joyce Carol Oates nos atrae que no se esconde ante los retos morales, pero sobre todo que es capaz de situarnos en todas las psicologías del complejo arco político norteamericano. Juega siempre con extrema habilidad, escondiendo sus armas hasta dejarnos en la orilla de la contradicción, allí donde nuestros principios son más endebles. Sus novelas, con todo, son mastodónticas: les sobra quizá un centenar de páginas, pero el oficio con que sostiene la tensión es suficiente para que el lector no repare en una cierta sensación de apagón imaginativo.

Decíamos que Oates no rehúye los retos morales: años atrás nos había relatado las cloacas del poder con la misteriosa muerte de Mary Jo Kopechne (secretaria de Ted Kennedy) en Black Water (1992), el solitario viaje del duelo por la pérdida de la madre en Mamá (2009), la dificultad para restaurar las deudas familiares en Ave del Paraíso (2012), el complejo ego de los escritores en la estupenda novela de suspense El rey de picas (2014), el ascenso y caída del mito Marilyn Monroe en Blonde (2000).

Pero sus últimos empeños narrativos parecen haber puesto el punto de mira en la compleja digestión de la violencia en la sociedad americana última. Si Carthage (2014) abordaba la desaparición de la menor de las hijas de la familia Mansfield y la sospechas sobre un veterano de Irak en un crudo relato donde las víctimas, los verdugos, los mártires, las sospechas desenfocadas dibujaban una sociedad demasiado propensa al linchamiento prematuro, esta última novela que hoy reseñamos vuelve a reflejar esa extraña habilidad de Oates para desenfocar nuestros prejuicios y obligarnos a pensar en el fondo escondido de nuestras seguridades.

Para quien no se haya iniciado en la lectura de esta extraordinaria narradora, quizá el mejor ingreso sea el libro de relatos Infiel publicado en 2010. Aborda ese extraño tránsito entre la inocencia y la búsqueda de la felicidad que asola a tantas parejas cuando el cuerpo deja de ser hermoso. Hay en él un sobrecogedor relato, “Au Sable”: un hombre llama a su yerno, con quien no simpatiza demasiado, para comunicarle que él y su mujer han decidido quitarse la vida juntos, y le conmina a no buscarlos; Mitchell se ve obligado a comprender a su suegro y a comunicarle a Elizabeth, su esposa, lo que va a suceder, pero al mismo tiempo se ve impelido a comprenderles en un momento en que la enfermedad de su suegra degrada su belleza y la vuelve apenas reconocible. Hay en esta compilación un puñado de excelentes historias que atesoran y anticipan los grandes temas que determinan la producción de la norteamericana en esta década. Es una buena forma de iniciarse en su lectura.

Esta última novela surge en un momento polémico en el que hay que detenerse a pensar por encima de la sangre y los impulsos. La contradicción es la divisa de un Congreso Republicano que planea paralizar Planned Parenthood al tiempo que se desentiende por completo de la cobertura social, sanitaria y educativa de los niños ya nacidos en una pobreza inhóspita e inimaginable para un estadounidense liberal como Oates. Pero no esperen una novela de buenos y malos: encontrarán una poderosa ecografía de las emociones en conflicto, y de las mentes que las manipulan para su beneficio.

La narración nos arroja desde el principio al turbio mapa emocional de Luther Dunphy, cargado de celo divino, quien después de decirle a su jefe que llegará tarde al trabajo, conduce su coche hasta el centro de planificación familiar de Muskegee Falls, Ohio, programando su viaje de manera milimétrica para coincidir con el único momento en que el médico jefe, Gus Voorhees, llega desprotegido. Cuando sale de su camioneta, Luther levanta su escopeta y “la ira del Señor” descarga su venganza en la garganta de Voorhees. Sin duda, tras esta escena está el asesinato del médico John Britton y su escolta en Pensacola, Florida, en 1994. Porque Luther Dunphy aún no es consciente de que también ha ejecutado al escolta de Voorhees. Y no lo será hasta el último momento, en una reveladora muestra de la restricción mental de la religiosidad de Dunphy.

Recuerda, sin duda, a ese clásico que Oates conoce bien, Wieland o la transformación, de Charles Brockden Brown (1798) en la que el perverso o loco Carwin induce en el pastor sus crímenes imitando la voz de un dios perverso.

Escrita en un eficaz estilo directo libre que permite escudriñar las motivaciones internas de los personajes, narra la historia de dos familias que ejemplifican las dos Américas. El relato tiene algo de profético en un momento en que comienza a desatarse una guerra judicial al respecto, que en realidad es un episodio más de la soterrada guerra civil entre el supremacismo blanco del interior y la sociedad liberal de la Costa Este, agitada desde la presidencia por Donald Trump. Las contradicciones son la semilla de la discordia: Luther Dunphy prepara sus exámenes para ser ministro de su iglesia, pero se muestra desolado ante su incapacidad para generar ideas propias para los sermones; ahoga sus incertidumbres en el alcohol y las prostitutas; el aborto fortuito de su esposa Edna Mae le sorprende en compañía de una de ellas. Pero el detonante de la tragedia es la muerte de su hija Daphne en un accidente de tráfico mientras Luther conducía. La niña era síndrome de Down y los médicos, tras la amniocentesis, les propusieron un aborto terapéutico que ellos rechazaron ante la posibilidad de revertir la biología mediante la oración.

Luther domina el primer tramo de la novela, pero es un narrador poco fiable. Hay suficientes trazos de psicopatía en él (un intento de asesinato de su esposa con una almohada, una violación…) como para convertirlo en un ariete propicio en manos de una mente manipuladora. Es un tipo crédulo, inestable, impulsivo e inmaduro, poco propenso al autocontrol y tendente a asumir consignas. El apocalipsis encuentra en él un brazo capaz de acelerar sus consecuencias. Sus pensamientos son zumbidos y sus principios, tan rígidos como heterónomos: un soldado de Cristo que podría serlo de cualquier otra voz.

Con su crimen, desaparece la expectativa de futuro para otras tantas vidas: la de Edna, que enferma del mismo mal que su marido porque es el único espacio donde encuentra una falsa compasión, también la de sus hijos; la de Jenna, que no consigue encontrar el hilo del que tirar de su vida y abandona todo lo que conoce. Las dos familias se desintegran tras el asesinato de Voorhees y la condena en segunda instancia de Dunphy. Los Voorhees, herederos de la tradición liberal, culta y próspera del Este, se disuelven como un azucarillo ante la adversidad del mismo modo que los Dunphy, hijos del interior, la pobreza, el trabajo manual y la falta de expectativas. La segunda sección de libro enfoca la vida de los Voorhees tras la muerte de Gus. La mayor parte aparece narrada por Naomi, que toma especial interés en saber qué motivó la muerte de su padre y cómo vive la familia de los Dunphy. Descubre que su padre no se limitó a practicar abortos; no todas las mujeres que acudían a la clínica buscaban la interrupción del embarazo; al contrario, su praxis posibilitó muchas vidas. De hecho, Melissa, su hermana menor, fue adoptada en China cuando Gus se sobrecogió al ver cadavéres de niños flotando en el río. Pero al mismo tiempo descubre la Caja B de la vida de Gus Voorhees. Si fueron dos certeros disparos los que acabaron con Gus y su escolta Timothy Barron, Dunphy solo reconoce haber matado al primero. Hay un enorme vacío en la novela –muy estudiado– alrededor de la familia de Barron, víctima colateral. Como todos los secundarios, su papel no pasará a la historia, a esta historia, a ninguna. Su familia no entiende por qué un hombre bueno queda siempre fuera de plano. En la puerta del juzgado, la paradoja: militantes contrarios a la pena de muerte, pero favorables a los derechos de la mujer en la libre decisión de interrupción del embarazo, solicitan que la pena capital se conmute por cadena perpetua. Los partidarios de la pena de muerte, en este caso, no se movilizan. 

Hubiera resultado sencillo armar con estos mimbres una novela de la América liberal frente a la ultraconservadora del interior, pero Carol Oates evita esa tentación. Esboza algo mucho más complejo: descubrimos que las dos esposas se parecen demasiado: arrinconadas, buscan aire y libertad para poder ser mujeres de nuevo. Dos familias atrapadas en un mundo dominado por la doble moral: los hijos de Voorhees quieren a su padre, siempre lejos, siempre trabajando por un mundo más justo, y siempre con secretos. Los hijos de Dunphy, arrastrados a un fanatismo en el que no se reconocen, primero por su padre, luego por Edna Mae, que encuentra en una fe distorsionada su identidad devastada por las pastillas y su marido. Gus y Luther tampoco están tan alejados como parece: los dos esconden sus contradicciones, son idealistas a su modo, se rigen por principios y resultan mártires de una causa más turbia que la que ellos creen conocer. El mundo que les rodea tiene, sin embargo, algunos respiraderos: la sorprendente abuela Lena, el lúcido hermanastro Karl Kinch, las hijas de Gus y Luther. Naomi, aspirante a directora de cine y la maltratada Dawn, boxeadora profesional, “El martillo de Jesús”, proporcionan un esperanzador final. A la novela, empero, le sobra quizá una visión demasiado calcificada, demasiado liberal de los Dunphy. Solo les ocurren cosas terribles. No es verosímil. El resto, ochocientas páginas de las que no sobra absolutamente nada.


No hay comentarios:

Publicar un comentario