Blanco, Carlos: Canto a lo desconocido. Ars Poetica, Oviedo, 2017. 100 páginas. Comentario realizado por Víctor Herrero de Miguel (Escuela Superior de Estudios Franciscanos, Madrid).
Canto a lo desconocido consta de veintiséis poemas en los que la palabra se adentra en el misterio. En el primero de ellos –un extenso himno a la sucesión de la claridad y de las sombras y a sus respectivos poderes– leemos:
¡Qué dulce el sentimiento que vincula
más de lo que cabe esperar?
lo que parecía contradictorio!
¿No es divino ansiar
Estas palabras, esta confesión poética, ofrecen la clave de lectura de toda la obra, y algo más: la fotografía íntima de su autor, su alma al desnudo. Aquí late, en efecto, el corazón de un hombre joven fascinado por la vida, un marinero que se sumerge en el cosmos
para navegar con quienes sólo entonanlos cánticos más purosa tullidas vastedades.
Cantar a lo desconocido, haciendo del deseo de conocerlo toda la partitura del propio canto, está lejos de la hybris de los griegos, pues a lo que Carlos Blanco aspira no es a la superación de la condición humana, ya que el suyo es
un canto infinito a lo posiblenecesidad que se reta a sí mismapara ampliar los límites del ser,
sino a la realización plena de aquello a lo que nuestra carne puede llegar a convertirse. Así lo expresa el poeta:
No hagas descender el cielo;eleva la tierra.
A los poemas largos que, en su factura, parecen reflejar la lenta respiración de la materia que se contempla y se canta, se sobreponen otros, más breves (y, en ocasiones, más íntimos) y que, a mi juicio, son los mejores de la obra. Así, en el poema VIII, el poeta se asoma a una naturaleza de la que le fascinan las formas, permeadas de pureza y geometría y en cuyas maravillas descubre la topografía intacta del ensueño. Es en estas composiciones donde se constata que Blanco, además de otras muchas cosas, es un poeta, o mejor aún: que es un poeta que, además, es otras muchas cosas.
Si todo poemario es una aventura –una vida sin seguro de vida–, la de nuestro poeta es, en algunos poemas, fascinante. Es lo que ocurre con el poema X (que, junto al XXVI, representa a nuestro parecer lo mejor del libro) cuando, observando la invisibilidad del sol, se entona a su luminosidad y a su calor una súplica llena de piedad y de misericordia, una simplicísima y muy hermosa apología de la bondad que termina con esta petición tan bella:
Llena con tus lágrimasel cáliz de cuantos se esfuerzanpor mejorar el mundo,y forjarás la copa de la bienaventuranza.
Es casi seguro que el astro rey, el hermano sol de san Francisco, accediendo a la invocación del poeta, continuará vertiendo su luz en el cáliz de Carlos Blanco y nos regalará –en su voz sabia, humilde y bella– otros futuros y necesarios cantos.
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