viernes, 23 de abril de 2021

Felicísimo Martínez Díez: Palabra y silencio de Dios y sobre Dios. Por Santiago García Mourelo

Martínez Díez, Felicísimo: Palabra y silencio de Dios y sobre Dios. San Pablo, Madrid, 2018. 291 páginas. Comentario realizado por Santiago García Mourelo (Universidad Pontificia Comillas, Madrid).

El teólogo dominico, Felicísimo Martínez Díez, profesor en diversos centros y autor de numerosas publicaciones de ámbito teológico y pastoral, llega a nuestras librerías con una sugerente y necesaria obra que versa sobre el lenguaje de y sobre Dios; sobre su palabra y su silencio, sobre nuestras palabras sobre él y las necesarias reservas cuando hablamos de él.

El libro, como el autor reseña en su prólogo, nace de una ponencia con motivo de los 800 años de la aprobación de la Orden de Predicadores, de la que es miembro. En dicho evento, el autor tuvo una intervención que se titulaba: “El silencio de Dios y la palabra del predicador”. Dada la buena acogida y el notable interés suscitado, se le animó a redactar una publicación sobre este tema, de carácter divulgativo y asequible al gran público. Aquí, sin fallar a las expectativas, la tenemos.

Sin duda, tanto para el quehacer teológico como en la labor pastoral, urge actualizar constantemente la comprensión de la revelación de Dios. No solo en cuanto hecho histórico ocurrido en unas coordenadas espacio-temporales concretas en la persona de Jesús de Nazaret, o en su significación permanente para la historia de cada pueblo y persona como Hijo único y Señor, sino, también, en su continuo decirse a sí mismo, a través del Espíritu, en los limitados acontecimientos de la historia que son comprendidos bajo el humilde lenguaje que los hombres se han dado.

De igual modo, esta tarea de auscultar los signos y señales hodiernos del Reino, a la luz de la Palabra revelada, va acompañada de un examen sobre nuestras palabras para testificar la densidad de los acontecimientos y, en última instancia, para testimoniar el Misterio divino que sigue ofreciéndose a través de ellos.

Bajo estas dos permanentes cuestiones, emerge el acuciante tema del libro sobre el silencio de Dios; realidad que interpela a creyentes y no creyentes, tanto en la vida y reflexión ordinarias, como en los momentos más lacerantes de la existencia. ¿Cómo comprender el silencio de Dios? ¿Acaso no quiere, no tiene o no puede decir nada? De manera semejante, envueltos irremediablemente en nuestro lenguaje e, incluso, con el mandato de testimoniar la experiencia divina padecida, ¿cómo debemos y cómo no debemos hablar de este Dios que parece callar?

Estas y otras cuestiones son las abordadas por el profesor del Instituto Superior de Pastoral (Madrid) y enfocadas desde diversas perspectivas y recursos. Siempre omnipresente está la Escritura que, en sus dos testamentos, ilumina toda cuestión. También, la palabra de los místicos, como san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, santa Catalina de Siena y de los clásicos renanos, Eckhart, Tauler y Suso. Desde ellos y con ellos, el autor dialoga y se contrasta con las tesis de la filosofía analítica del lenguaje, representada en la Escuela de Viena, y con multitud de situaciones pastorales cristalizadas en el ámbito litúrgico y celebrativo, de especial interés para el autor. Todo ello sin olvidar las oportunas y sugerentes consideraciones sobre este tema del Pseudo Dionisio, san Agustín, santo Tomás de Aquino, H. U. von Balthasar y K. Rahner, entre otros.

Para acometer esta empresa, el autor comienza con tres observaciones preliminares sobre la categoría de Misterio, para referirse a Dios, sobre el lenguaje y la palabra, y sobre el silencio. En cada una de ellas trata de realizar una síntesis de su compresión y de su aplicación al tema de la obra, recogiendo los resultados de la fenomenología de la religión, de la filosofía analítica y de la experiencia cotidiana.

En el segundo capítulo, titulado “Los lenguajes de Dios”, expone brevemente y con una fuerte impostación bíblica, cómo comprender la expresión “palabra de Dios”. Esta primera parte del capítulo se prolonga en una meditación de corte cristológico-espiritual sobre Jesucristo, Palabra encarnada. Con estos presupuestos, ofrece una serie de consideraciones sobre dos ámbitos de escucha o, mejor, de encuentro con la Palabra revelada: el tema conciliar de los signos de los tiempos y el actual y, en cierto modo, recurrente tema de la interioridad. Según avanza la argumentación de este capítulo, el tono espiritual cobra fuerza y, en cierto sentido, supone una vuelta al tema clásico de los sentidos espirituales, que bien necesario podría resultar hoy en día.

El siguiente capítulo afronta la cuestión del silencio de Dios, sobre todo a raíz de tantas experiencias que estremecen, por su dureza e incomprensibilidad, al ser humano. Superando el sinsentido del silencio y comprendiéndolo como un momento de hondura y de comprensión de la Palabra revelada, Felicísimo Martínez invita a revisar las posibles imágenes de Dios que pudieran ser piedra de tropiezo para la fe, como la pretensión de tener un Dios intervencionista, o los posibles impedimentos para escuchar el lenguaje de Dios, también en su silencio.

La obra termina con un capítulo destinado al lenguaje y el silencio sobre Dios. Para ilustrarlo, el autor trata de recuperar el carácter apofántico de la teología y de conjugarlo con el recurso a la analogía, desde la perspectiva del aquinate. Si bien el silencio sobre Dios se impone en algún momento de la marcha de la razón y de la propia experiencia vital, no es menos cierto que el lenguaje que poseemos, limitado y estrecho, puede ser suficiente para remitir al origen de la fe, siempre y cuando tienda a ser más sugerente, más inspirador y más propositivo, que expositivo y cerrado. Al fin y al cabo, las preguntas tienen más fuerza que las respuestas y, quizá, el lenguaje más preciso sobre Dios deba estar revestido de cierta imprecisión para salvaguardar su transcendencia. Por estos motivos, puede afirmarse que el lenguaje religioso, aparte de dar testimonio, está llamado a ofrecer una preparación para, cuando llegue el momento, acoger el don de la fe, más que a suscitarla por la mera comunicación conceptual.

Por estos motivos, es sin duda recomendable, no solo la lectura de este libro, sino la acogida de las preguntas que propone y la pausada reflexión sobre las vías de respuesta que ilumina.


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