viernes, 9 de abril de 2021

Tomáš Halík: Quiero que seas. Por Marta Medina Balguerías

Halík, Tomáš: Quiero que seas. Sobre el Dios del amor. Herder, Barcelona, 2018. 240 páginas. Traducción de María Tabuyo Ortega. Comentario realizado por Marta Medina Balguerías (Universidad Pontificia Comillas, Madrid).

“Te amo, quiero que seas” es la frase atribuida a san Agustín que inspira el título de esta obra. A lo largo de los 14 capítulos que conforman el libro, Tomáš Halík reflexiona sobre la fe desde el amor a Dios y al prójimo, entendido desde esta máxima de querer que el otro sea. En palabras del autor, “El problema espiritual crucial de nuestro tiempo no es demostrar la fe a ‘los vacilantes’ (en el sentido de convencerlos de la existencia de Dios), sino una vez más unir la fe y el amor, porque solo esa fe es una fe viva y convincente” (p. 201). El texto, planteado desde un horizonte explícitamente creyente, es accesible para “todos los públicos” y especialmente respetuoso y delicado hacia aquellos que no comparten la fe de su autor.

La reflexión tiene coherencia y cohesión, pero la estructura del escrito no parece muy rígida: Halík va desgranando cuestiones relacionadas con las anteriores, de manera que el texto fluye avanzando a la vez que retomando aspectos tratados en los capítulos precedentes. Como señala al final, fue escrito en dos retiros en la ermita de un monasterio contemplativo, y se nota, pues, aunque no falta rigor teológico, las palabras tienen un regusto espiritual y conducen fácilmente a la meditación personal.

Señalemos brevemente el contenido de la obra apuntando a la idea central de cada uno de sus capítulos. El primero, “Amor: desde dónde y hacia dónde”, funciona como la introducción al libro. El autor explica que el horizonte desde el que está planteada la obra es el amor, entendido como amor a Dios y como amor al prójimo. La piedra de toque de ese amor es el amor al enemigo, pues en él se supera realmente el egoísmo y se sale completamente al otro.

El segundo capítulo, “A la espera de la segunda palabra”, aborda la trascendencia de Dios y la necesidad que tiene el ser humano de mantenerse siempre en búsqueda. Por ello, la revelación es siempre progresiva, y no podemos quedarnos con el inicio de ella, sino esperar siempre “la segunda palabra” de Dios.

El tercer capítulo, “¿Tiene el amor prioridad sobre la fe?”, más que responder tal cual a esta pregunta, reinterpreta la relación entre fe y amor, haciendo ver que la fe no es “creer que Dios existe”, sino creer en el amor, de manera que ambas virtudes están íntimamente vinculadas.

El cuarto y el sexto tienen mucha relación, puesto que, mientras el cuarto se refiere a “La lejanía de Dios”, el sexto se detiene en su cercanía (“La cercanía de Dios”). Halík hace ver lo importante que es respetar la trascendencia divina y no pretender hacernos un dios a nuestra medida, pero también señala que el Dios trascendente se nos hace cercano en el amor al prójimo. La conclusión del sexto capítulo puede funcionar casi como una conclusión de toda la obra: “Amamos realmente aquello a lo que somos capaces de dar prioridad sobre el yo. […] Dios es el abismo en el que entramos cuando nos trascendemos a nosotros mismos en el amor” (p. 121).

El quinto capítulo, “Quiero que seas”, es el quicio de todo el texto. En él se subraya que la cuestión decisiva para la vida espiritual y religiosa no es tanto si Dios existe o no existe (desde un punto de vista especulativo), sino si se quiere que Dios sea, y, más aún, que Dios sea Dios. Si así lo quiere el ser humano, debe ser consciente de que para que Dios sea Dios él debe no serlo.

Saltando al séptimo capítulo, “Una puerta abierta”, encontramos aquí la reflexión más cristológica de toda la obra. Cristo es entendido como la puerta abierta hacia Dios, una puerta en la que coinciden el mandamiento de amar a Dios con el de amar al prójimo. De esta manera, el autor reinterpreta cristológicamente la tesis que lleva defendiendo desde el principio, a saber, la no separabilidad del amor a Dios y del amor al prójimo (aunque haya que distinguirlos).

Todo lo anterior ya va dirigiendo a la tesis del octavo capítulo (“El engañoso estanque de Narciso”), pues la da por supuesta: “Lo contrario del amor no es el odio, sino el narcisismo. Lo contrario de la fe no es el ateísmo, sino la autodeificación” (p. 139). Para amar, sostiene Halík, hay que salir de uno mismo. El narcisismo es lo que nos encierra y nos impide amar. Con todo, no se trata de una ausencia de amor por uno mismo, que es necesario, sino de una mala comprensión del mismo.

En el noveno capítulo, “¿Es la tolerancia nuestra última palabra?”, el autor valora la virtud de la tolerancia, pero señala que no debe ser la última palabra del cristiano. Al enemigo no solo hay que “aguantarlo”, sino amarlo. Esto da pie a la reflexión del capítulo décimo, “Amar a los enemigos”, que es la prueba definitiva del amor.

El capítulo undécimo “Si no hubiera cielo ni infierno” aborda cuestiones de teodicea y escatología. Halík defiende el amor de Dios a pesar de la existencia del mal y apuesta por una religiosidad no marcada por el miedo. En el duodécimo, “¿Amar al mundo?”, reflexiona sobre el mandato evangélico de estar en el mundo sin ser del mundo, desde el leitmotiv de Teilhard de Chardin “el amor es la única fuerza que puede unificar las cosas sin destruirlas” (p. 211). En el capítulo decimotercero, “Más fuerte que la muerte” se trata sobre el carácter absoluto del amor, que lleva a la esperanza en que el amado no morirá.

Finalmente, en el capítulo decimocuarto, “La danza del amor”, Halík entiende el amor trinitario como un amor “en danza” y defiende cómo el amor humano puede participar de ella.

El estilo de la obra es sencillo, ágil y sugerente, por lo que el texto es accesible para prácticamente todo tipo de lectores. El talante dialogante del autor permite que, se tenga el credo y las ideas que se tenga, el libro resulte interesante para quien entabla un diálogo con él. Esto no quita que la reflexión sea profunda y que beba de la mejor teología, así como el pequeño número de citas no quita rigor al pensamiento. Halík ha conseguido transmitir ideas de mucho calado de manera diáfana y atrayente. En suma, nos encontramos ante un libro para pensar, pero también para disfrutar, saborear y orar.


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