miércoles, 1 de diciembre de 2021

Andrés García Inda: La dulce militancia. Por José María Segura

García Inda, Andrés: La dulce militancia. Crítica de la razón indignada. Mensajero, Bilbao, 2020. 167 páginas. Comentario realizado por José María Segura.

¿Se ha convertido la “militancia” en objeto de consumo, la “indignación” en una moda? ¿Es este movimiento de indignación una corriente post-moderna propia de la post-verdad, la sociedad líquida o… como quiera que llamemos este momento histórico que compartimos? ¿Es la protesta un producto de consumo? Más aún, ¿es la indignación fácil, la militancia que no compromete, la protesta sin consecuencias un nuevo “opio del pueblo”? Todas estas preguntas sugiere en diversos modos y momentos este libro de Inda. La dulce militancia se me ha quedado muy corto… porque pide una conversación larga, unas jornadas con él. Y enfatizo el “él”, Inda, el autor, porque por momentos hace desfilar por las páginas demasiados autores (una cuidada selección por cierto) con los que él a su vez parece tener conversaciones abiertas.

Quizás es porque he conocido a Andrés como profesor de universidad y director de un colegio, pero no puedo evitar leer al “viejo profesor” que está dialogando con sus alumnos (y su claustro) en estas líneas. Y eso me deja con ganas de un diálogo más a fondo, más a bocajarro, con menos apoyaderos y con menos introducción (26 páginas de 156)… 130 páginas que se devoran. Confieso que lo leí casi en una sentada porque el tema es sugerente y la narrativa evocadora. Creo que es un libro de lectura recomendada para el profesorado universitario y de secundaria, pero creo también que Inda al escribir este libro está provocando una conversación que queda pendiente.

Por La dulce militancia desfilan conceptos interesantes, sobre los que es necesaria (y urgente) una reflexión: responsabilidad, educación moral, compromiso, fidelidad, vocación… Y militancia. Encuentro que Inda hace una reflexión valiente cuando pide compromiso, capacidad de sacrificio y, como señala, los engaños de militancias carentes de estos, lo que llama (entre otras cosas) “postureo ético”. Encuentro acertada su reflexión sobre la protesta hedonista, propia de la cultura del selfie, del activista autorreferenciado que se busca a sí mismo y su estado emotivo (por no decir felicidad) en sus acciones y protestas. Dicho esto, y por provocar a que mi “viejo director” siga conversando con nosotros, por libro o de palabra, añado que echo de menos el contraste con los activistas de cuajo, los que han forjado la historia de la conquista de derechos, de la resistencia no violenta, aquellos que (como dijo Thoreau) elijen ser ciudadanos (o personas, sujetos) primero y “súbditos” después. Estas historias del Movimiento de Derechos Civiles de EE.UU., de Gandhi, o de Berta Cáceres y compañeras en la lucha por los derechos de las mujeres y la defensa de la tierra son una memoria peligrosa de que la militancia, si es verdadera, conserva en ese envés de la historia leída contra el tamiz, cicatrices en el cuerpo y en el alma (con permiso de Metz).

Tirando del imaginario ignaciano, diría que el autor describe cómo el militante puede verse seducido por esa “serpiente de muchos ojos” que es el reconocimiento social, el aplauso, el subidón afectivo que conlleva… y que ante la cruz (el ¿merece la pena?, el sufrimiento, el crisol de la realidad) se ve despojado de su falso glamour. Inda hace referencia a la necesidad de aprender a navegar los fracasos, e implícitamente la necesidad de educar en la resiliencia a la frustración (subyace entre líneas en las que se habla de la imaginación moral, la conciencia crítica, de la crítica a la “razón indignada”…).

Termina el autor refiriéndonos a la Esperanza, que se forja ante la adversidad, allí donde se desvanece el optimismo. El libro termina sin conclusión propiamente dicha que haga de recopilación y cierre. ¿Quizás porque el profesor Inda es consciente de que la conversación no ha hecho más que empezar? Agradezco al autor que haya tomado la palabra para lanzarla a la arena y señalar al rey desnudo: “Queremos ser ricos y entrar en el Reino de los cielos” [79].


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