miércoles, 15 de diciembre de 2021

Rafael Fraguas de Pablo: Papel envuelve roca. Por María Luisa Regueiro Rodríguez

Fraguas de Pablo, Rafael: Papel envuelve roca. Semblanza en claroscuro de Juan Luis Cebrián. Dado Ediciones, Madrid, 2020. 324 páginas. Comentario realizado por María Luisa Regueiro Rodríguez (Facultad de Filología, Universidad Complutense de Madrid).

El género ensayístico de la biografía acostumbra a seleccionar como protagonistas a figuras que destacan en su tiempo, en el ámbito social, cultural, político… Protagonista y ámbito establecen aquí una relación imprescindible de reciprocidad que puede traducirse en colaboración o contraste, en oposición o asentimiento, entre figura y marco, entre papel y roca. Todo ello y mucho más está presente en este libro que arranca con el recuerdo doloroso de Andrés Fraguas, el joven conserje de El País, asesinado el 30 de octubre de 1978 por la explosión de una carta-bomba de la extrema derecha dirigida a la redacción del periódico. El atentado terrorista en vísperas de la aprobación de la Constitución Española forma parte de dicho marco, que refleja las contradicciones de la época en la que se sitúan precisamente el personaje central de este ensayo, Juan Luis Cebrián, y el periódico que dirigió desde 1976 a 1988. El País llegó a constituirse en símbolo y centro del panorama sociopolítico de la época en la que luchaban fuerzas tan opuestas como las de las entusiastas nuevas generaciones de periodistas frente a las resistencias retardatarias que ofrecía la dictadura franquista. La referencia a la trayectoria vital y profesional de Cebrián responde al hecho de que según el autor, “su figura y posición —muy desconocidas entonces y aún hoy— adquirieron la entidad de una metáfora significativa (…) de aquel vigoroso intento”. 

En el primer capítulo, que sirve de marco general y que responde al título de “Cuatro décadas y media de El País”, el autor, desde la privilegiada atalaya de su condición de redactor experimentado en el seno del mismo diario, y protagonista a su vez de ese período convulso, ofrece un detallado balance de la etapa que coincide con el auge del periódico. Guiaron su desarrollo dos impulsos: de un lado, “la lucha de masas en la calle desplegada por la sed de transformaciones democráticas en el combate contra la dictadura franquista, transformaciones exigidas por la clase obrera organizada, el movimiento sindical clandestino, el movimiento de estudiantes e incipientes vectores ciudadanos, vecinales, de profesionales, de mujeres, de impronta comunista y en menor medida socialista y libertaria de un lado; y, del otro, el anhelo de un sector ilustrado de la burguesía, no abierta ni radicalmente antifranquista pero deseoso de transformaciones institucionales en clave democrática” (p. 13). Se ofrece el análisis del proceso de gestación y fundación del periódico, que salió a la calle el 4 de mayo de 1976 —seis meses después de la muerte de Franco— gracias al esfuerzo de figuras como José Ortega Spottorno, hijo del ilustre filósofo y heredero del regeneracionismo y del librepensamiento; y a la luz verde al periodismo en aquel momento promovida por el tímido aperturismo del ministro Manuel Fraga. Cebrián, por entonces, era un joven periodista ya reconocido por su trabajo en medios como Informaciones o Pueblo

Con una actitud que es general en todo el ensayo, el autor intenta aquilatar prestigios y valoraciones respecto del papel desempeñado por el periódico y por su dirección: “La falta en España de instituciones civiles democráticas en el inmediato posfranquismo convirtió a El País en un referente simbólico encarnado en la Transición hacia la democracia, otorgándole un crédito superior al propiamente correspondiente a un mero periódico” (p. 16). La vocación estatal asumida por el periódico, y una serie de sucesos como el 23-F en 1981 le granjearon un ascendiente como referencia informativa y editorial única; pero que devino en un ciego narcisismo que supuso un proceso de divorcio de la sociedad, “instalándose sus directivos en una altanería arrogante y letal” (p. 22). La salida a bolsa del diario en 2000, la extensión de su poder, las pulsiones expansivas, la entrada en el mundo multimedia del Grupo Prisa con Canal Plus, CNN Plus, la expansión internacional, y las deudas, terminaron con el carácter de “contrapoder democrático abierto a la pluralidad, para erigirse, presuntamente, en poder parapolítico, preocupado preferentemente en dar expresión a los intereses del capital accionarial” (p. 24). 

Los siguientes capítulos ofrecen un detenido retrato de Juan Luis Cebrián: infancia, formación, trayectoria profesional, personalidad; y siempre, como telón de fondo, la realidad sociopolítica en la que evolucionó El País bajo su dirección hasta constituirse en “depositario de un contrapoder de naturaleza también social” (p. 268). 

En el cap. I. “Semblanza”, es el retrato un agudo análisis pragmático, antropológico y hasta fisiognómico, con precisión de entomólogo: su aspecto físico —“aspecto noreuropeo, con el cabello rubio pajizo y la mirada inexpresiva”, “delgado, de hombros levemente arqueados y brazos largos”—; su “voz monocorde, suavemente metálica”; su “sonrisa diagonal”, su gestualidad, etc. No falta la consideración de las percepciones generadas por quienes le conocen, y comparten su círculo profesional, también los excluidos del mismo; hasta la primera impresión que produce en su interlocutor, “la de un hombre escrutador, provisto de un invisible blindaje que le acoraza” (p. 32). 

En el cap. II, “El hombre”, se ofrece un detalladísimo cuadro de familia: clase media, muy vinculada al periodismo por parte de su madre y de su padre, Vicente Cebrián, que ocupó diversos cargos en la Prensa del Movimiento Nacional, entre ellos la de director de la agencia de noticias Pyresa y del Servicio de Información Sindical. Destaca la formación de Juan Luis en el colegio del Pilar regido por los marianistas, “que troquelaría de forma crucial la configuración del bastidor psicológico, moral —e ideológico también— del que sería provisto en su vida adulta” (p. 47); de un liberalismo peculiar de “pluralidad formativa y civilizacional, en sentido amplio” (p. 48). Además, se destacan del retratado “la personalidad señaladamente reflexiva”, su “curiosidad por todo”, su destreza en el sarcasmo, como “dominador frío de situaciones complejas y de voluntades versátiles” (p. 51); de actividad incesante y con un nivel superior de autoexigencia al frente de El País, con imaginación y con identificación rotunda de “decisión y mando”, “su energía psíquica”. 

En el cap. III, “El profesional”, se nos muestra el joven que ya con 17 años ejerce el periodismo sin la formación universitaria canónica, que nunca consideró relevante, y con “un rechazo rotundo hacia la colegiación profesional que, sin admitir apenas matices, identificaba directamente con el corporativismo” (p. 74). Un proceso de desarrollo y aprendizaje riquísimo para la época le permitió contar con experiencia en el exterior y relacionarse con amigos como Peces-Barba, Javier Solana, Javier Rupérez, entre otras muchas figuras relevantes en esa etapa de configuración de la democracia.

En el cap. IV, “Las ideas”, se sitúa a Cebrián como miembro de la “burguesía madrileña ilustrada”, con una posición siempre clara de universalista y cosmopolita contra los nacionalismos, y “su descreimiento, a veces irónico, sobre las grandes utopías sociales aún vigentes en el siglo XX como el socialismo, que trocaba en ataque frontal y sin paliativos cuando escribía sobre el comunismo” (p. 98). 

Especialmente interesantes desde el punto de vista histórico, son los capítulos V, “De política”, VI, “Proyectos y resistencias”, VII “El diario”, y VIII, “El desafío”, dada su atención especial al proceso sociopolítico de la última etapa del franquismo y del desarrollo de la Transición en la que es innegable el papel relevante del periódico y de Cebrián, que supo poner “los cimientos de una función de Prensa concebida entonces como un contrapoder, de naturaleza nueva, democrático” (p. 123). También la elección de las mejores plumas y la respuesta “resueltamente constitucional” de Cebrián en El País a situaciones como la intentona golpista del 23F, con “su apuesta del Estado naciente, de la Corona y de la sociedad española por su futuro en libertad, culminó la fase de acumulación de prestigio por parte del periódico y de él mismo” (p. 227). El autor reconoce a Cebrián como “pionero en la responsabilidad intelectual de la transformación de la Prensa en un contrapoder fiscalizador del poder político y militar -mientras duró este- que contribuiría a acrecentar la calidad de la vida democrática en España” (p. 229).

La acumulación de prestigio de El País desde su papel de contrapoder mediático también culminará y se transformará en ocasiones en valores menos deseables como la prepotencia, la suma de enemistades, etc., junto con la apuesta por los multimedia, las grandes inversiones de Prisa, la extensión de la actividad educativa editorial, las aventuras financieras, etc., como se describe en el cap. IX, “La escisión”. Hasta 1988, Cebrián permaneció en la dirección de El País, y a partir de ese año continuó desplegando tareas de alta responsabilidad gerencial en la empresa editora y en el grupo multimediático capitaneado por Jesús Polanco. Luego vendría la incorporación a la Real Academia Española, en 1996, y la vuelta a su vocación literaria, con una decena de libros, sin salir nunca del todo de la escena periodística. 

El cap. X, “Colofón”, es la reflexión en voz alta del periodista Fraguas, comprometido políticamente, sobre los hechos narrados y analizados de una sociedad en la que actúa “una arcaica moral hidalga” que ha determinado “la abdicación, desde la izquierda, de la función ejemplarizadora y fortalecedora de una práctica moralmente impecable” (p. 278). 

En síntesis, un texto sumamente interesante por su reflejo de una etapa vivida en España en el siglo XX con intensidad tanto por el protagonista como por el ensayista, quien reconoce finalmente que a Cebrián, “ni siquiera entre las más acres se le negó la estatura que cabía atribuir a uno de los mejores periodistas españoles sobre la escena” (p. 270). 


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