Alba Rico, Santiago: España. Lengua de Trapo, Madrid, 2021. 316 páginas. Comentario realizado por Carlos Maza Serneguet (Estudiante de Teología, Universidad Pontificia Comillas, Madrid).
Conocí a Santiago Alba gracias a la conferencia inaugural de este curso en Cristianisme i Justícia. A partir de ahí seguí haciendo camino con Leer con niños, preciosa reivindicación de la lectura —entre otros muchos temas— nacida de la experiencia de leer libros con sus hijos, y Ser o no ser (un cuerpo), donde Santiago reflexiona —entre otras muchas cosas— sobre el efecto que el fin del neolítico, la proletarización del ocio y pertenecer a la generación selfie tienen sobre la fuga de los cuerpos, fuga en la que andamos metidos desde que aparecimos en esta tierra. No es el momento de detenerse más en ellos, pero aprovecho esta reseña para recomendarlos vivamente.
Para quien todavía no le conozca, Santiago Alba es un observador, pensador y escritor español que vive en Túnez desde finales de los años 90 —ya antes se había trasladado a Egipto—, unos diez después de acabada la experiencia como guionista en La bola de cristal, programa del que su madre, Lolo Rico, era directora. Ausencia decepcionada de España salpicada de retornos, entre ellos, para ser candidato de Podemos por la provincia de Ávila en 2015. Me aventuro a decir que esa mezcla de densa decepción y atisbos de esperanza con el tema español está muy en la raíz de las páginas de este libro.
De la manera más inesperada, se ha abierto una posibilidad para este estado con poca o ninguna nación, nos dice Alba. Los ochenta años no-trágicos (sin guerra) del franquismo y la democracia, y el reseteo de la memoria común —vía fin del neolítico y selfismo urbano—, parecen haber roturado la tierra de eso que llamamos España, que aguarda ahora incierta a ver con qué memoria nos quedamos, qué historia utilizamos para construir el problemático “nosotros” español. ¿Será posible construir un pueblo cuando apenas quedan pueblos?
Confiesa Santiago Alba que nunca pensó en escribir un libro sobre España. Tampoco uno donde hablara de sí mismo. Quizá por eso el primer capítulo es el relato de una retractación en la intención y de una reconciliación. La reconciliación con un Cervantes franquista que daba miedo, el descubrimiento tardío de Galdós, el enamoramiento de los paisajes de España… “No era —o no solo— culpa nuestra. Para poder leer autores españoles, para poder ver y amar paisajes españoles, algo tenía que cambiar antes en España”. El izquierdismo como paja en el ojo frente a la viga de una idea de España construida a base de una sombría y seria severidad, elevada sobre zancos de historias improbables, viriles y de pecho abombado.
A esas historias improbables —y a sus contrarias— dedica Alba los capítulos segundo y tercero del libro. Reconociendo no ser historiador, no por ello renuncia a ofrecernos otras interpretaciones de los conflictos y proyectos desde los que se ha intentado vertebrar España. Nuestras luchas pueden verse —probablemente— como luchas entre católicos, pues esa es la identidad fundamental española a partir de la expulsión de judíos y moriscos. Esa, y la de un proyecto imperial germánico que se impone una y otra vez al gen bereber, al que los godos habían dejado entrar pacíficamente en la península, y del que muchos habitantes de la antigua Hispania se habían hecho seguidores.
El proyecto de los Reyes Católicos y sus herederos en nuestra historia eligió de patrón a un Santiago a caballo y matando moros, frente a una Teresa “a pie quedo”, porque sabía que el pueblo podía torcerse y había que embridarlo. Es el proyecto que también enamora a Franco, cuando ya España ha perdido sus últimas colonias y ha quedado sola consigo misma, dándose cuenta entonces de que no existe, o mejor, que solo ha existido como unión a la fuerza. Esta, sin embargo, ha producido un roce tan intenso entre los distintos pueblos germánicos y católicos de la península que quizá haga imposible tanto la ruptura como la unidad. España como problema imposible que pide, por puro agotamiento, dejar de pensar en él.
España: problema irresoluble y paradójico, pues junto a la afirmación de su no existencia hemos de colocar, cabe a ella, la contraria, la de una existencia atestiguada por sus tópicos. “Si no cambian los tópicos, nada habrá cambiado”: así titula Alba el cuarto capítulo del libro. Es la batalla por la resignificación de los símbolos, entre los cuales la bandera es, aunque muy expresivo, solo un ejemplo: “Que no haya ningún símbolo —o varios— que todos queramos disputar es indicio de la debilidad de la construcción nacional española […] Si no hay disputa no hay simultaneidad y, por lo tanto, no hay comunidad. No habrá España, y menos una realidad realmente democrática, mientras no ocurra que los españoles queramos matarnos los unos a los otros por la misma bandera”, escribe Alba.
¿Qué tarea nos queda, pues? Santiago recurre a un verbo marinero para ilustrarla: arrumar: redistribuir el peso de la carga en la bodega, según las inclemencias del tiempo, para evitar que el barco naufrague. La construcción de un “nosotros” no puede fundarse en destruir mucho, ni siquiera aquello que consideramos un obstáculo —como la monarquía, dice Alba, convencido de que esta no es republicanizable—, ni tampoco en un olvido que antes no haya recordado, que no haya asumido la historia ni cargado con sus víctimas. Se trata de “arrumar ininterrumpidamente”. Discernir, diríamos a la ignaciana, si me permite el autor la traducción espiritual.
Muchos otros asuntos y reflexiones nos deja este España de Santiago Alba, y uno siente que la brevedad de una reseña no hace justicia a su desarrollo en el libro. Sirva, al menos, para invitar a la lectura, aun crítica y discrepante, de este español empeñado en darnos que pensar.
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