Pagola, José Antonio: Cristo resucitado es nuestra esperanza. PPC, Madrid, 2016. 215 páginas. Comentario realizado por Salvo Collura.
El nuevo trabajo de nuestro autor se coloca en el marco trazado por las dos obras anteriores, Recuperar el proyecto de Jesús y Anunciar hoy a Dios como buena noticia y que tiene como objetivo seguir declinando los contenidos y las investigaciones teológicas más recientes para que puedan responder a la invitación del papa Francisco y reanimar desde el interior la vida y la espiritualidad de las comunidades cristianas.
La articulación de los siete capítulos recibe su inspiración desde una cristología prevalentemente ascendente, pero mirando a los textos desde el acontecimiento de la resurrección, empujando, de alguna manera, a repetir, mutatis mutandis, la misma experiencia de los apóstoles y a reflexionar sobre ella. Reseña así, primero, el contexto de salida, es decir, la situación actual de muchas comunidades cristianas. Pasa, luego, a describir el encuentro trasformador con el resucitado, mirando desde cerca a Schillebeeckx en su obra Cristo y los cristianos. Un encuentro personal, gratuito, reconciliador y capaz de catalizar las energías y los procesos del compromiso individual y social en favor de todo lo que se opone a la muerte.
En la misma senda teológica se encuadra el tercer capítulo, que tiene como eje central la esperanza cristiana y sus características sociales, mientras que la dimensión más propiamente eclesial se desarrolla ampliamente desde la perspectiva eucarística presentada por el cuarto capítulo, sin ahorrar críticas a la cualidad de la participación en los actos de cultos en muchos ámbitos y comunidades cristianas hoy.
El espacio ofrecido por Pagola a la humanidad de Cristo determina entonces los matices “pneumatológicos” de los capítulos cuatro y cinco, tanto en la perspectiva de la oración como en el empuje hacia la dimensión misionera que retoma, creativamente, algunas entre las más importantes aportaciones de Moltmann, Ellacuría, Gutiérrez, Congar y Rahner. La dimensión más escatológica está desarrollada en el último capítulo, siempre movida por el tema capital de la humanidad de Cristo y de su eterna significación, pero sin cerrar en lo terrenal el conjunto de la fe y de la esperanza cristiana.
En conclusión, se trata, en buena medida, de aplicaciones importantes para los operadores de la catequesis, hechas en un estilo lineal y ágil, al que nuestro autor nos ha acostumbrado, y que, cada vez más. son necesarias para que el mundo de la reflexión teológica, el de la espiritualidad y el otro de la praxis pastoral y litúrgica no sigan experimentando las consecuencias de un divorcio antiguo que no hace el bien de nadie, dentro y fuera de la Iglesia. Destacan, desde el perfil metodológico, las preguntas que cierran los capítulos y que ayudan a repensar la praxis: además de místico, el cristiano del futuro, parafraseando a Rahner, habrá que volver a ser, exactamente, hombre de preguntas.
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