lunes, 8 de marzo de 2021

Enrique González Fernández: Julián Marías. Por Javier Sánchez Villegas

González Fernández, Enrique: Julián Marías. Apóstol de la divina razón. San Pablo, Madrid, 2017. 589 páginas. Comentario realizado por Javier Sánchez Villegas.

Acertado, reivindicativo, valiente. Este nuevo libro de Enrique González (profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad San Dámaso de Madrid), dedicado en exclusiva a la persona y al pensamiento de Julián Marías, reúne estas tres cualidades. Acertado, pues su exposición es magistral, clara y completa, llena de citas pertinentes sobre el autor estudiado. Reivindicativo, dado que presenta a uno de los pensadores más influyentes de la sociedad española del siglo XX, al que pretendidamente se le ha hecho silencio en ciertos círculos académicos, para llevarle al lugar que le corresponde por derecho propio. Valiente, pues es capaz de elaborar un discurso fundamentante y fundamentador de la divina razón en un momento histórico de total relativismo (gnoseológico, moral…) propio de esa modernidad líquida (según formulación de Zygmunt Bauman) en la que vivimos. 

El libro, que es prologado por Harold Raley (profesor de Filosofía en la Universidad de Alabama, y especialista en el pensamiento de Julián Marías) está dividido en tres bloques. 

I.- La fuerza de la divina razón 

Llamativo el título de esta primera parte, pero muy en consonancia con el subtítulo del libro (Apóstol de la divina razón). La primera pregunta que surge es: ¿por qué divina razón? ¿Por qué apóstol de la divina razón? Efectivamente, Julián Marías ve en la razón humana el punto de encuentro entre el hombre y Dios. Es en y con la razón como el hombre se descubre a sí mismo como imagen de Dios. A través de la razón, que siempre está abierta a lo trascendente, encuentra el hombre un puente de diálogo con el creador. “La razón, como tal, no está cerrada a Dios, a la trascendencia, a conocer el sentido de la vida. Sin ponerla en el olvido, la razón –liberada de las angosturas y hasta de las sospechas a que muchos la han reducido- está de por sí abierta, es el camino que posibilita conocerme a mí mismo y conocer al Lógos, mi Creador, aquel que además me la ha dado” (pág. 17). Este es uno de los puntos básicos en el pensamiento de Marías, lo cual le hace verse a sí mismo como un enviado (apóstol) de la razón. Toda su vida, así lo recalca Enrique González continuamente, ha estado al servicio de esta razón, la cual puede presentarse como vital (en el más puro sentido orteguiano) o como…, pero sea como sea, siempre será divina. 

Esta consideración, obviamente, le trajo muchas críticas a Marías, tanto fuera como dentro de la Iglesia. En un caso, porque no se entendía que este pensador pudiera reclamar un sentido radical de la filosofía, es decir, desde Dios; y, en el otro, porque Marías demandaba una nueva teología más acorde con las nuevas formulaciones filosóficas que, a partir de Ortega (gran inventor y renovador del lenguaje filosófico en castellano), y siguiendo con el resto de pensadores españoles, se estaban dando dentro y fuera de nuestras fronteras. 

Estos son los puntos que se tratan en la segunda y en la tercera parte del libro. 


II.- Divina razón de la filosofía 

Desde una clara postura apologética de la filosofía, en la que se reconoce una cierta decadencia de la misma como consecuencia de su ensimismamiento, Enrique González va desgranando los textos de Julián Marías en los que hace referencia a una visión responsable de la vida. La filosofía, si quiere volver al lugar que le pertenece, debe recuperar su relación con la vida, la concreta de cada uno, y con lo trascendente. Desde un repaso por los autores más relevantes de la historia de la filosofía, se hace una reivindicación de que es necesaria una nueva visión de la persona partiendo del sentido auténtico de ousía, distinto de la tradicional traducción de sustancia (pág. 285). Ousía es “irse haciendo”. Efectivamente, el ser humano es camino, es decisión, que se proyecta hacia el futuro. Es una potencia que se actualiza en cada instante. Sólo desde aquí es posible entender la realidad en general, y la realidad radical en particular: mi vida (pág. 321). 

Para ello, Marías formula lo que él mismo llama el principio de individuación (lejos de la tradicional fenomenología de Husserl), que es «aquello por lo cual se constituye un individuo: la esencia del hombre se individualiza en cada miembro de la especie, en cada persona» (pág. 359), y se concreta a través de las llamadas experiencias radicales. Esto conlleva que cada persona es única e irrepetible, un tesoro con valor absoluto en sí mismo, principio básico de moralidad. Como consecuencia de esto, Marías se opondrá abierta y absolutamente a, por ejemplo, el aborto (lo cual le granjeó enormes críticas). Por decirlo en otros términos, a Julián Marías no le interesaba lo políticamente correcto, sobre todo cuando tenía razón y razones para afirmar o condenar algo. 


III.- Divina razón del cristianismo 

¿Es posible elaborar una teología «según la razón vital»? Julián Marías es claro: «los contenidos de la creencia religiosa cristiana son razonables» (pág. 461). Creer es razonable. Hay razones para creer. Hay razones de la vida de Dios: «Mejor que de demostración y de pruebas, el apóstol de la divina razón prefería hablar de razones de la vida de Dios» (pág. 466). Desde este supuesto, Marías entabla un diálogo con el pensamiento tal y como se ha manifestado a lo largo de la historia. También con el contemporáneo. Todo su afán era mostrar que no es posible el aniquilamiento de Dios. Hay razones para la esperanza. También para el amor y su anhelo de inmortalidad. Ya desde Platón, la razón humana sueña y se imagina (entendiendo que la imaginación es un elemento constitutivo de la razón humana) una vida perdurable. Incluso desde el más absoluto antropocentrismo, «en cuanto se puede hablar de él como “realidad”, Dios está también radicado en mi vida, y esto aunque sea creador de ella: en mi vida tiene que aparecer, revelarse, constituirse, ser hallado, para que pueda hablar de él en cualquier sentido» (pág. 505). 

Los nuevos tiempos exigen, no obstante, una nueva comprensión de Dios y del hombre. La teología debe evolucionar, no quedarse anclada en el escolasticismo de Santo Tomás, en el siglo XIII. «Así como sería insensato, un grave error, una falsedad y hasta un suicidio considerar como vigentes la medicina, la astronomía o la biología del siglo XIII, de la misma manera no podemos tomar como inalterable, definitiva o dada de una vez para siempre la metafísica del mismo siglo o cualquier otra metafísica, disciplina o ciencia determinada de siglos posteriores. No tener en cuenta esto haría de nosotros unos necios fundamentalistas que, al no poder convertir los fósiles en vivientes, los utilizaríamos como piedras arrojadizas contra otros hombres que honestamente se afanan por renovar el pensamiento filosófico y teológico» (pág. 570). Poco más se puede añadir. 

El libro termina con una completa bibliografía de y sobre Julián Marías, muy útil para todos aquellos que quieran acercarse al pensamiento de este genial autor. 

Acertado, reivindicativo, valiente. Así empezábamos y así terminamos. Creo que la lectura de este libro es obligada. No obstante, la invitación del autor no es a quedarnos en él. Este libro no es más que un marco admirable que contiene un lienzo maravilloso. Lo suyo sería que sirviera de estímulo para entrar de lleno en el cuadro, es decir, en la propia obra de Julián Marías. ¿Algún día se le reconocerá, como se merece, su valor?


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