viernes, 26 de marzo de 2021

Agustín Udías Vallina: La presencia de Cristo en el mundo. Por Carlos Alemany

Udías Vallina, Agustín: La presencia de Cristo en el mundo. Las oraciones de Pierre Teilhard de Chardin. Sal Terrae, Santander, 2017. 142 páginas. Comentario realizado por Carlos Alemany Briz (Catedrático emérito de Psicología, Universidad Pontificia Comillas, de Madrid).

Antes de ponerme a comentar este pequeño gran libro que nos ofrece el profesor Udías, quiero hacer un preámbulo personal. Estaba yo en mi último año de licenciatura en Filosofía Eclesiástica en la facultad de Loyola. Era el curso 1967-1968. De la facultad de Sant Cugat venía a explicarnos la Historia de la Filosofía moderna y contemporánea el profesor Eusebi Colomer. Nos gustaba mucho, por lo bien estructuradas que tenía sus clases, por la claridad de la explicación y por su apertura a las dudas de los alumnos. Con él fuimos desgranando autores importantes como Kant, Nietzsche, Schopenhauer, Hegel, la fenomenología de Husserl, el existencialismo de Heidegger, etc. Había dejado para el último tema del programa “La cosmovisión de Pierre Teilhard de Chardin”. Por supuesto, ya habíamos oído hablar de él, pero no lo conocíamos a fondo, como pudimos hacerlo con Colomer, aprendiendo a saborearlo. Entonces todavía estaba pendiente la discusión de si sus obras habían sido las propias de un paleontólogo, de un explorador de tierras lejanas, de un filósofo, de un jesuita, de un teólogo, y hasta de un místico. Pues bien, todo este poliedro cubría la rica dimensión de Teilhard. Colomer nos fue introduciendo en la comprensión de grandes temas: el fenómeno humano, el medio divino, la espiritualidad del alfa y omega, el corazón de la materia, etc. Sólo me acuerdo de que disfrutamos tanto con sus clases, que le pedimos que alargara una semana más la docencia, para aclarar con él dudas, sugerencias y problemas que nos había suscitado su explicación.

Las oraciones de P. Teilhard de Chardin han aparecido dispersas en diversos libros suyos y de diversas formas. El gran acierto que tiene este pequeño gran libro del profesor Udías, especialista en la materia, consiste para mí en que:

Por una parte, las reúne todas de forma integrada, para que, como dice, a todos los que se sientan —nos sintamos— atraídos por las ideas de Teilhard podamos acceder a su interioridad y a su relación con el “Cristo siempre mayor” que fue el centro de su vida. O, como lo llamó G. Martelet, un “profeta de Cristo siempre mayor en el mundo”.

Por otra parte, nos parece un gran mérito el haber encuadrado sus diversas oraciones a lo largo de su vida biológica y cultural. No son un ramillete de oraciones yuxtapuestas, ya que, siendo sugerentes, hubiera bastado con transcribirlas. Sin embargo, el autor, profundo y apasionado conocedor de Teilhard, nos las va ofreciendo al hilo de la historia de Teilhard, así como en relación con sus obras paleontológicas e historias de cada década. En ese sentido, es un libro que se lee con mucho gusto, pues a través de él se está leyendo una biografía tan apasionante como la de Teilhard de Chardin. Texto y contexto quedan perfectamente encuadrados.

Otro mérito que le veo es que un posible título podía haber sido La historia espiritual de Teilhard de Chardin, pues el autor aporta interesantes referencias a escritos de Teilhard que se relacionan con sus sentimientos personales, sus ejercicios espirituales y su camino de fe hacia un Dios siempre mayor.

Particularmente me ha hecho mucho bien leer detenidamente, por no haberlo conocido antes, el capítulo sobre el sacerdocio (1918): cómo se preparó a él, cómo lo vivió y qué consecuencias tuvo para su vida, como una integración total. Asistimos ya aquí al origen de uno de los textos más famosos de Teilhard, que parece compuesto en 1923 y que tituló La Misa sobre el mundo:
“Yo quisiera ser, Señor, por mi más humilde parte, el apóstol y el evangelista de tu Cristo en el Universo. Yo quisiera, por mis meditaciones, por mi palabra, por la práctica de toda mi vida, descubrir y predicar las relaciones de continuidad que hacen del Cosmos en el que nos agitamos un medio divinizado por la Encarnación, divinizante por la Comunión, divinizable por nuestra cooperación […] Llevar a Cristo, en virtud de los vínculos propiamente orgánicos, hasta el corazón de las Realidades consideradas las más peligrosas, las más naturalistas, las más paganas: he ahí mi evangelio y mi misión” (p. 53).

Teilhard expresa, pues, de manera rotunda y contundente, cómo debe ejercer su misión sacerdotal:
“Señor, yo sueño en ver sacado, entre tantas riquezas inutilizadas o pervertidas, todo el dinamismo que ellas encierran. ¡Colaborar en este trabajo, he ahí la obra a la quiero consagrarme! En la medida de mis fuerzas, porque soy sacerdote, yo quiero desde ahora ser el primero en tomar conciencia de lo que el Mundo ama, persigue, sufre; el primero en buscar, simpatizar, penar; el primero en llenarme de gozo y en sacrificarme, más ampliamente humano y más noblemente terrestre que ninguno de los servidores del Mundo” (pp. 54-55).

La vida de Teilhard, tan rica en descubrimientos geológicos, personales y materiales, tuvo que pagar, sin embargo, el precio de ser un adelantado a su tiempo y de que la gente no supiera si lo que hacía era ciencia, teología o mística. Por ello sufrió, y sufrió fuertemente. Me imagino lo duro que debe ser para uno que te prohíban publicar tus obras y que todo tu quehacer de tantos años vaya a quedar oculto para la gente interesada. Teilhard viajó a Roma en 1948, una vez terminada la guerra, para un infructuoso viaje y durante un mes estuvo procurando inútilmente el permiso para publicar su importante obra El fenómeno humano. Fue advertido del peligro que representaba la publicación de sus escritos. Esto le llevó a una etapa de confusión, perplejidad y duda.

En 1950, hace un importante retiro, que se convierte para él en una entrega a la presencia de Dios. Para él, “acabar bien” significará decir, vivir y comunicar el mensaje del carácter cósmico de Cristo. En su obra El corazón de la materia (1950) encontramos ya a un Teilhard que dedica la última parte de la obra a la presencia de Cristo en el mundo, que ya ahora está “cristificado”. Culmina su obra con una preciosa oración que él titula: “Oración a Cristo, siempre mayor”. Teilhard subraya ahí el poder de la resurrección y la posición dominadora del Cristo total, en el que todo se unifica: “Que por la Diafanía e Incendio a la vez brote tu universal Presencia, ¡Oh Cristo siempre mayor!”.

En adelante y por encima de sí, afirma, la Humanidad emergida a la conciencia del movimiento que la arrastra, tiene cada vez más necesidad de un Sentido y una Solución, a los que puede por fin consagrarse plenamente. Teilhard no se apartó del tema del sufrimiento personal, ni del eclesial, ni de la por él llamada edad de las pasividades. Pero lo asumió. El que afronta el conflicto entre Cristo, el mundo y la Iglesia, tiene sobre sí la posibilidad de que esto oriente su camino.

Son bien sugerentes los sentimientos que, ya en sus últimos años, tuvo en relación con su hermana enferma, Margarita, que de alguna manera le hacen aterrizar en la realidad concreta. Hasta el final, Teilhard fue un convencido y apasionado con la idea de “descubrir a Dios” o, como él lo llama, al Cristo universal. Dos días antes de morir, el día de Pascua de 1955, escribe a su Provincial para confesarle: “He aquí mi fe, la que yo quisiera tanto poder confesar públicamente antes de morir".

Hoy, a más de 60 años de su muerte, mucha gente recurre a Teilhard para inspirarse en su camino hacia un Dios más grande y también para encontrar sentido a la edad de las pasividades. El papa Francisco cita su nombre en la Laudato Si’; ojalá sea el comienzo de una más amplia rehabilitación del legado de Teilhard de Chardin, un gran pensador, un visionario de la humanidad, un peregrino del futuro y un gran místico.

Agradezco al profesor Udías el esfuerzo que ha hecho por presentarnos la faceta orante de Teilhard.


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