González Buelta, Benjamín: Caminar sobre las aguas. Nueva cultura, mística y ascética. Sal Terrae-Mensajero, Santander-Bilbao, 2010. 205 páginas. Comentario realizado por Mª Ángeles Gómez-Limón.
«... Vivimos en un “mundo líquido”. Puede invadirnos una sensación de vértigo, confusión y miedo. Como los discípulos en medio de la noche del lago de Galilea, vemos nuestra pequeña barca amenazada por las olas. Cuando descubrimos a Jesús caminando sobre las aguas, y él sube a nuestra barca, entonces podemos navegar hacia la tierra firme, donde se construye el reino de Dios. No basta con decir que en este contexto necesitamos una ascética que nos haga disponibles y una mística que nos permita encontrarnos con Dios en una experiencia integradora de nuestra persona y que nos integre en la realidad que Él ama y recrea sin receso. Este libro intenta describir los rasgos de esta experiencia inédita y trazar el itinerario que nos conduce hacia ella. También nosotros podremos caminar sobre la aguas, como Jesús».
Con esta «presentación» se explica algo más que el título y los contenidos de una obra que llega a nosotros como auténtica invitación a una síntesis espiritual fiel a Dios, fiel incluso a la modernidad líquida y al hombre y la mujer contemporáneos. Su aparente «sencillez» y facilidad de lectura no la hace menos lúcida y sistemática. Benjamín González Buelta, SJ, vuelve así a sorprendernos con una original aportación para la experiencia espiritual en nuestro tiempo. En su característico estilo, sugerente y variado, centra su reflexión en temas clásicos de la espiritualidad, recuperándolos, en una traducción que no traiciona, para nuestra vida cotidiana, tan hambrienta de mística como de ascética, de roca firme y de fidelidad.
El autor es más que conocido. Jesuita español con una intensa experiencia de inserción entre los pobres, es actualmente superior de los jesuitas en Cuba. Ha publicado en Sal Terrae numerosos libros de espiritualidad de amplia difusión, entre los que destacamos algunos: Bajar al encuentro de Dios; La transparencia del barro; La utopía ya está en lo germinal; Ver o perecer; El rostro femenino del Reino y Tiempo de Crear.
La obra que tenemos entre manos, nacida de las entrañas de la espiritualidad ignaciana, no se reduce a estas señas de identidad, sino que ofrece su corriente de vida a todos los que hoy quieren vivir una espiritualidad no por «espiritual» menos humana, encarnada, histórica, integradora, liberadora.
Varios aciertos destacamos, aun que no los únicos. El primer acierto de la obra es su título: Caminar sobre las aguas, con el que se evocan dos imágenes que, solapándose, ofrecen simultáneamente una primera respuesta: junto a la «inconsistencia» de nuestra sociedad «líquida» (cf. Z. Bauman), la escena evangélica de Jesús –¡y Pedro!– caminando sobre el lago, que viene a mostrar cómo aprender a moverse evangélicamente en la inconsistencia.
El segundo acierto de la obra es su estructura. Cuatro partes van «rellenando» sucesivamente el mapa que se quiere trazar. La primera de ellas, El desafío del «mundo líquido», describe en rápidos trazos el «escenario», el contexto cultural y socio-histórico en que acontece esa especie de «búsqueda recíproca» que, en cierto modo, es la aventura de la alianza y la fe y del consiguiente proceso espiritual. En torno y «soporte» marcados por la «liquidez», esto es, la transitoriedad, precariedad, incertidumbre y desvinculación. Sin embargo, la descripción concluye con una invitación constructiva a «dialogar con la noche, los vientos y las olas», porque ni todo es líquido, ni la única posibilidad de moverse en semejando medio es diluirse, esa suave forma de no ser.
En segundo lugar, en el apartado La integración personal, y a modo de relectura de la mejor tradición antropológica occidental, se van desarrollando aspectos como El cuerpo: ¿envoltorio o transfiguración?; El pensamiento: ¿aprobación mediática o «locura de Dios»?; La afectividad: ¿la fruición del adicto o la pasión creadora?; La decisión: ¿fluir de la vida líquida o acoger la novedad de Dios? Los títulos, provocadores, contienen «germinalmente» una respuesta que necesita no sólo lectura, sino, sobre todo, camino personal.
El tercer apartado, La integración en la realidad, nos invita a mirar un «fuera» que no es «extraño» ni «otro» ni «opcional»: El cosmos: ¿cantera para el saqueo o un hogar sin exclusiones?; El otro: ¿conexiones útiles o relaciones fecundas?; La historia: ¿sucesión de episodios o apuesta por lo germinal?; La comunidad: ¿confluencia de individualismos o un cuerpo sin exclusiones?
La obra se cierra con un apartado final que recoge la propuesta de síntesis: Un solo dinamismo inseparable: Integración personal e integración en la realidad, donde se precipita la sabiduría de la mejor síntesis de contrarios que es la vida cristiana. Epígrafes en los que palpita en secreto la esencia de la «contemplación para alcanzar amor»: El Dios de mi intimidad es también el Dios de toda la realidad; Buscar el mundo en el corazón de Dios, y a Dios en el corazón del mundo; En la visibilidad del Hijo y la discreción del Espíritu; En relación: cercanía y distancia; El proceso: urgencia y pausa; Ser desde la frontera novedad evangélica en el centro; La poda inevitable: persecución y bendición; El fuera y el dentro de la alegría necesaria.
El tercer acierto es la armoniosa combinación de estilos literarios, tan característica de nuestro autor, donde alterna el desarrollo de su pensamiento con la inclusión interdisciplinar de fragmentos de diversos autores, expertos en distintas áreas, y el lenguaje poético a modo de conclusión frecuentemente oracional. Pocos escritores tienen el don de atraer sin seducir o banalizar, provocar sin dogmatizar o molestar, ahondar sin aburrir o exigir erudición previa. González Buelta es una de las excepciones.
El cuarto, y definitivo, acierto es su contenido: lo que dice –y no sólo cómo lo dice–; así de sencillo. Para disfrutarlo, solo hay una forma: leer y, ¿por qué no?, dejarse leer. Adelante, pues: Bajó Pedro (¿por qué no tú?) de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús (Mt 14,29).
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