Marchesi, Giovanni: Jesús de Nazaret, ¿quién eres? Esbozos cristológicos. San Pablo, Madrid, 2007. 610 páginas. Traducción de María Teresa Maio Segundo. Comentario realizado por José María de Vera.
Giovanni Marchesi fue un hombre de muchas almas: profesor de teología, investigador, apreciado intérprete de teólogos como De Lubac y Von Balthasar, fecundo escritor, colaborador de Radio Vaticana, miembro de la Civiltá Cattolica, vitalmente interesado en una miríada de manifestaciones culturales. La alusión a sus múltiples actividades y competencias no deja de ser importante para encuadrar este libro de 610 páginas, fiel reflejo de su interés y competencia en diversos campos, que él puso al servicio de estos «esbozos cristológicos» destinados a desvelar la persona de Cristo hasta llegar al borde del misterio donde el ser humano se pone la mano en la boca, cesa de hacer preguntas y acepta la realidad insondable del Dios hecho hombre. Porque aunque «esbozo» apunta a un bosquejo sin terminar, no faltan capítulos en este libro que superan ese matiz de «inacabado» que podría sugerir el término «esbozo». Pero en definitiva ha tenido que contentarse con explorar los indicios de la doble conciencia de Cristo —humana y divina— y quedarse a la puerta del misterio.
Aunque dedica un capítulo a tratar directamente de la «conciencia filial de Cristo», él mismo parece indicar que su verdadero fin es «caminar a tientas en pos del misterio del Cristo total» (p. 104), en una reflexión «a guisa de mosaico», destinada a «traducir los términos profesionales a un lenguaje asequible al lector y de grata lectura» (p. 36) ofrecida a los que creen en Cristo y a los que «creen no creer». La amplitud de su cultura (832 notas a pie de página) le hacían fácil introducir elementos que convirtieran un tema difícil en una lectura agradable. Antes de comenzar su discusión sobre la conciencia «temática y atemática», ilustra la primera manifestación de conciencia en el ser humano, con aquel verso de Virgilio en las Bucólicas —«comienza, pequeño, a reconocer a tu madre en la sonrisa»—, y dedica una larga nota a los primeros balbuceos de Jesús en brazos de María» (p. 98).
Sin quitarle un ápice a su competencia teológica ni a su laudable propósito de considerar la «autoconciencia de Cristo como el hilo de oro» (dice el autor) que engarzara todos los esbozos del libro, se puede dudar de que haya logrado esa unidad a la que aspiraba. Tal vez el subtítulo, «esbozos cristológicos», sea el implícito reconocimiento por parte de Marchesi de no haber logrado «engarzar» sus extensas y atinadas reflexiones sobre la persona y misión de Cristo con el hilo de oro de su autoconciencia. Parte del problema es, paradójicamente, la carga cultural del autor y su deseo de ilustrar la persona de Cristo saliendo excesivamente del campo teológico en busca de elementos sugestivos que hagan más asequible el discurso teológico. El mismo Marchesi parece sentir su proclividad a caer en una «teología artística interpretada profanamente». Y hace propósito de «no usar la Biblia como si fuera un libro poético» (p. 40). Una tentación que no logra evitar del todo, como ocurre cuando compara, sugestivamente, el grupo de griegos que «querían ver a Jesús» (Jn. 12,21) con las palabras encendidas de Moisés que en un arrebato irreprimible le pide a Yahveh «déjame ver tu rostro» (Ex. 33,18). Con los mejores exegetas de San Juan en la mano (Raymond Brown) sabemos que los griegos eran «turistas venidos a las fiestas judías, que oyeron hablar de Cristo y sintieron curiosidad. Sugestivo paralelo pero falto de fundamento, poner juntos la curiosidad de los griegos y el ardiente deseo de Moisés que había hablado con Yahveh tantas veces como un amigo habla con su amigo. En definitiva, un bello mosaico de esbozos cristológicos para una reflexión «grata e instructiva», como quería el autor, aunque requiera el marco de una lectura pausada y ocasional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario