Easterly, William: La carga del hombre blanco. El fracaso de la ayuda al desarrollo. Debate, Madrid, 2015. 512 páginas. Traducción de Francisco José Ramos Mena. Comentario realizado por Juan José Romero (profesor emérito de Economía Aplicada, Universidad Loyola, Andalucía).
La traducción española de esta famosa obra de Easterly llega un poco tarde. El libro fue publicado en inglés en 2006, en un contexto de la agenda del desarrollo previo a los grandes cambios que han ocurrido a partir de la crisis económica, con la emergencia de nuevas perspectivas acerca de los criterios de eficacia de la ayuda, un nuevo escenario donde ha aumentado considerablemente la preocupación por la problemática ambiental, unos nuevos objetivos de desarrollo (los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas, que han tomado el relevo a los del milenio), un descenso notable de los fondos destinados a la cooperación al desarrollo en no pocos países donantes, empezando por España. Sin embargo, valdría aplicar aquí el dicho de que “nunca es tarde si la dicha es buena”, en la medida que es posible que reabra para un público de habla castellana debates muy relevantes a la hora de afrontar la persistente y grave situación de desigualdad mundial y sus posibles remedios.
De entrada, Easterly plantea las que para él son las dos grandes tragedias de la pobreza: a) el sufrimiento y la muerte que asolan los países subdesarrollados por falta de recursos, y b) que Occidente hubiera destinado 2,3 billones (sic) de dólares a la ayuda internacional durante las últimas cinco décadas a programas de lucha contra la pobreza, sin lograr erradicarla.
El libro es claro, comprensible, construido a base de capítulos cortos, con subtítulos periodísticos, y comienzos concretos, impactantes, con ese estilo típico de los divulgadores norteamericanos que dominan a la perfección el marketing. A pesar de algunas iniciales manifestaciones de modestia, es contundente y nada benévolo con sus adversarios, quienes no piensan como él.
Ataca, por ejemplo, Easterly ferozmente el best seller de Jeffrey Sachs, El fin de la pobreza, que responde al mismo patrón pero con tesis diametralmente opuestas y que, por cierto, fue publicado también en la misma editorial en 2005. Sachs es un optimista, y está convencido de que la reducción de la pobreza es posible; defiende el aumento de la ayuda internacional para lograr un efecto de impulso en los países pobres con el fin de sacarlos de las trampas de la pobreza. En pocas palabras, Easterly defiende que la ayuda al desarrollo no ha dado en absoluto los resultados deseados. Por tanto, ya es hora de reconocer que el intento de imponer una ideología estricta de desarrollo en los países pobres ha fracasado de forma estrepitosa. No bastan las buenas intenciones.
El autor defiende la importancia de desarrollar mecanismos de mercado, aportando abundantes ejemplos; en segundo lugar, aboga por unas políticas económicas democráticas, mediante las cuales se construye bienestar solucionando problemas paso a paso y partiendo de las realidades y culturas existentes, evitando imponer soluciones globales importadas que desconocen el problema de la dependencia histórica de las sociedades empobrecidas. Su tesis básica se formula diciendo que el desarrollo sucede siempre cuando en los escenarios de la pobreza, los agentes que él llama “planificadores” (partidarios del enfoque tradicional de arriba abajo) dejan el paso a los “buscadores” (agentes de cambio de abajo arriba):
«En el ámbito de la ayuda internacional exterior, los planificadores declaran buenas intenciones pero no motivan a nadie a materializarlas; los buscadores descubren cosas que funcionan y que proporcionan cierta recompensa. Los planificadores elevan las expectativas, pero no asumen la responsabilidad de cumplirlas; los buscadores aceptan la responsabilidad de sus actos. Los planificadores determinan qué se ofrece; los buscadores descubren qué se demanda. Los planificadores aplican proyectos globales; los buscadores se adaptan a las condiciones locales. Los planificadores “desde arriba”, desconocen lo que hay debajo; los buscadores descubren cuál es la realidad que hay allí abajo. Los planificadores nunca saben si lo planificado ha logrado lo que se necesitaba; los buscadores averiguan si el cliente está satisfecho» (p. 16).
Hay que dejar actuar a los buscadores, y frenar el ansia intervencionista de los planificadores. El autor utiliza una batería de ejemplos extraídos de su indudablemente vasta experiencia acerca de la problemática del desarrollo y el subdesarrollo.
Por situarlo en un contexto de referencias similares, el libro recibió en su momento la crítica educada de una personalidad tan relevante como el premio Nobel de Economía Amartya Sen (“The Man Without a Plan”: Foreign Affairs, Marzo/Abril 2006). Desde el mismo título de su comentario (“Un hombre sin plan”) inspirado en las palabras textuales de Easterly al comienzo de su libro: «el plan adecuado consiste en no tener plan» (p. 15), Sen acusa a Easterly de excesiva simplificación. Precisamente, la crítica que se puede hacer a la obra es la de unilateralidad, la de simplificar excesivamente las cosas, a pesar de los alardes de erudición. Por eso nos quedamos, entre otras consideraciones críticas, con esta consideración de Amartya Sen:
«[...] una aproximación empírica a los efectos reales de la ayuda internacional —la cual, dicho sea de paso, no proviene sólo del hombre blanco: Japón es un participante destacado en tales esfuerzos— es mucho más compleja de lo que sugiere la expedita explicación que de ella hace Easterly».
En cualquier caso, recomendamos su lectura. Es un libro que no deja indiferente. Hace pensar.
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