Benedicto XVI: Últimas conversaciones con Peter Seewald. Mensajero, Bilbao 2016. 309 páginas. Traducción de Rosa Pilar Blanco. Comentario realizado por Eduard López (redactor jefe de la revista Razón y Fe).
“Privar a un niño del hechizo de la narración, del medio galope del poema, oral o escrito, es una especie de entierro en vida” (G. Steiner: Presencias reales). No creo que haya otra mejor manera que estas palabras para valorar estas Últimas conversaciones de quien fue, es y será el profesor Ratzinger, el teólogo del Santo Oficio y el papa Benedicto XVI.
Mediante el diálogo con el periodista Peter Seewald, Benedicto XVI narra gran parte de su vida. Es imposible mostrar la totalidad de la biografía, pero sí su honestidad. El género escogido ha sido el de la conversación —el diálogo—. Las grandes verdades de la vida emergen como rostros epifánicos precisamente cuando se dialoga, cuando primero se escucha y, luego, se habla. Benedicto XVI dibuja esa parte de su vida, desde su infancia hasta la renuncia del ministerio petrino. El lector puede encontrar el retrato de un hombre bávaro, marcado por la religiosidad de su hogar; de un joven profesor, incomprendido por los celos y las envidias de unos y de otros; perito conciliar en contacto con grandes personalidades del momento; arzobispo de Múnich, cardenal, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe; y, finalmente, Papa de la Iglesia, obispo de Roma y Vicario de Cristo. Hombre de meditación, amante del silencio matutino y de gustos exquisitos. La timidez lo caracteriza. Es su debilidad. Su fortaleza, la profundidad. Algo que no está al alcance de todas las personas. No evade ninguna pregunta. Dialoga con todas ellas, incluso con aquellas más sangrantes (la cuestión de la pedofilia, el IOR, las finanzas vaticanas, Vatileaks, etc.). Algunas respuestas permanecen escondidas en la intimidad del pontífice emérito ya que no todo debe ser publicitado. La transparencia es la honradez y no como se cree hoy en día la verborrea de “semiverdades” que embrujan. Parece ser que serán sus “últimas conversaciones”. El lector disfrutará de la narración de Benedicto XVI. No nos ha privado de ella. Pero, ¿sus palabras resultan definitivas? —me pregunto—. No lo creo.
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