Lipovetsky, Gilles: De la ligereza. Hacia una civilización de lo ligero. Anagrama, Barcelona, 2016. Colección Argumentos 501. 344 páginas. Traducción de Antonio-Prometeo Moya. Comentario realizado por Javier Sánchez Villegas.
Gilles Lipovetsky (París, 1944) no necesita presentación. Cualquier persona que haya estudiado en los últimos veinte años una carrera de humanidades se habrá encontrado seguramente con el término “postmodernidad”, concepto acuñado por él en su gran obra La era del vacío. De hecho, no es posible hoy día pensar en nuestra realidad individual o social de una forma grave sin tener en cuenta sus grandes aportaciones, que van directamente a las raíces mismas de lo que somos como sujetos y como ciudadanos. Influido por el pensamiento de los grandes filósofos de la postmodernidad, principalmente por el de Gianni Vattimo y Jean Baudrillard, Lipovetsky se desmarca de ellos en cuanto que busca la genealogía de las realidades individuales y sociales (no en vano la primera cita que encontramos en el libro que estamos presentando hace referencia a Nietzsche), más allá de cualquier tradición filosófica anterior. De la ligereza es fruto de un empeño: descubrir los pilares que sirven de fundamento a la realidad social actual, siempre en clave genealógica. Pero, ¿qué es la ligereza?
Para Lipovetsky, la ligereza es la tendencia dominante en el espíritu de nuestra época (Marx habría dicho: la ideología de nuestra época), cuyo objetivo se expresa en los dominios más diversos: moda, diseño, decoración, arquitectura. Para el autor, dicha ligereza está configurando la actual “civilización de lo ligero”, la cual se sustenta en el llamado “principio ligereza”. Dicho principio, que hay que pensar como una estructura antropológica de lo imaginario, al mismo tiempo que como una aspiración humana, siempre ha encontrado maneras de materializarse en la vida social, a partir de los siguientes arquetipos: ligereza aérea, ligereza-movilidad, ligereza-distracción, ligereza frívola, ligereza veleidosa, ligereza-estilo y ligereza sabia. De entre todos ellos, el mundo actual concede claramente la primacía a la ligereza frívola, aunque la ligereza sabia no ha dicho todavía la última palabra. Lipovetsky, llegado a este punto, comienza a analizar la ligereza tal y como se da en nuestra cultura occidental. Para ello, se centra en ocho manifestaciones globales de la ligereza, las cuales articulan su libro en otros tantos capítulos. De entre todas ellas, vamos a detenernos con mayor detalle en las cuatro primeras.
1. Aligerar la vida: bienestar, economía y consumo
Tras un primer análisis de lo que ha supuesto la ligereza históricamente, el autor se centra en el llamado “capitalismo de seducción”, cuya consecuencia inmediata ha sido la generalización social de la ligereza consumista. El individuo es percibido como neoconsumidor, como un coleccionista de experiencias (ocio, viajes) que siempre se encuentra a la búsqueda de otras nuevas: religiosidades a la carta (liberado de la carga de las imposiciones institucionales, el sujeto ya no espera de la religión la salvación en el más allá, sino una vida subjetiva e intersubjetiva mejor aquí abajo), frugalidad feliz (pasión por las novedades), expresarse, crear. Sin embargo, a juicio del autor, «la ligereza consumista no es indigna: es humanamente pobre cuando pasa a ser regla de conducta preponderante y omnipresente» (p. 75).
2. Un nuevo cuerpo
Estamos asistiendo a una revolución del cuerpo y al surgimiento de una nueva estética corporal, que pasa por la huida del sufrimiento (salud y medicalización), la búsqueda de la relajación y la armonía, la estética de la “línea” (obsesión por la delgadez y el mito de la eterna juventud), etc. Esta revolución es consecuencia de la universalidad del cuerpo marcado por el orden social, que se corresponde con el hecho de que, en el plano antropológico, el hombre es «el animal que no acepta sin más su naturaleza, que la niega y que se niega a sí mismo» (p. 111). Esto, obviamente, no solo es deprimente, sino que se ha vuelto peligroso para el ciclo vital, dado que genera «inseguridad psicológica y ansiedad estética, lesionando la autoestima, degradando la autoconfianza» (p. 114).
3. Lo micro, lo nano y lo inmaterial
Uno de los rasgos más característicos de nuestra sociedad es el advenimiento de un nuevo modelo temporal, dominado por la aceleración del ritmo de los cambios técnicos, sociales y culturales (p. 117). Igualmente, hay un afán por trabajar contra la materia, el volumen y la pesadez de las cosas. Se impone lo ligero, miniaturizado y desmaterializado (solo tenemos que pensar en los teléfonos móviles, en los ordenadores, en las nubes digitales o en los big data). Nuestra cultura cada vez más va teniendo en cuenta el impacto ambiental.
4. Moda y feminidad
Centrada de una forma evidente en la apariencia, nuestra sociedad apuesta por la feminización de lo frívolo. La moda aparece como la manifestación social más emblemática del espíritu y la estética frívolos, justamente porque implica ruptura con el orden de la tradición, así como una nueva valoración social de la diferencia individual, que se manifiesta en la originalidad de la apariencia, los matices y las personalizaciones decorativas (p. 163). Con la moda se conjuga el mimetismo de clase y la preocupación por la particularización individual. Con ella se da salida a la “ansiedad de las apariencias”. En este juego de semejanzas y diferencias, el varón tampoco vive al margen de la moda. Así, está surgiendo un ideal masculino que está dando un vuelco a la estética global. Desde una tendencia minimalista, todo está abierto y desregulado, todo es libre, con tal de que predominen las elecciones estéticas personales.
El análisis que Lipovetsky hace de nuestras sociedades occidentales, como estamos viendo, se centra en lo concreto, en aspectos reales de nuestro modus vivendi, con infinidad de ejemplos fácilmente reconocibles por cualquier lector occidental. Así, más adelante (capítulo 5, “De la ligereza en el arte a la ligereza del arte”), el autor analiza los vínculos que existen entre el arte y la moda, los cuales son milenarios. En el capítulo 6, “Arquitectura y diseño: una nueva estética de la ligereza”, expone la relación que existe entre la arquitectura y la ligereza, la cual pasa por un cambio de concepción de la estética funcional y práctica a otra más compleja y lírica, cuya máxima expresión actual es el minimalismo y la reinvención del adorno y la decoración: transparencia, luz, desmaterialización de los edificios, el cristal como símbolo de progreso y poder.
A juicio del autor (capítulo 7, “¿Somos «cool»?”), el proyecto moderno de aligeramiento de la existencia se está concretando no solo a nivel material; afecta igualmente a la manera de vivir en sociedad, a nuestras relaciones con las tradiciones, las instituciones y los encuadramientos colectivos. Las relaciones familiares, y la propia noción de familia, han cambiado de una forma evidente. Se han relativizado las relaciones afectivas siguiendo la estela de lo “cool”, rompiendo así con una sociedad pesada, moralista y rigorista.
Otra característica propia de nuestras sociedades (capítulo 8, “Libertad, igualdad y ligereza”) es lo que Lipovetsky denomina la “ciudadanía light”. Ante una política entendida como espectáculo, crece día a día un desencanto hacia lo político, se ha generado una desconfianza general hacia los partidos políticos y hacia el sistema. De las modernas democracias participativas hemos pasado a las democracias light, apaciguadas, en las que el nivel de compromiso está disminuyendo claramente. Ciertamente queremos que todo funcione bien, pero sin implicación personal. Y así en todos los órdenes. Llamativo es el epígrafe titulado “¿Aprender sin estudios?”, cuestión que se plantean las nuevas teorías pedagógicas.
Pero Lipovetsky no es pesimista. Si bien reconoce que «la revolución de lo ligero avanza, pero la armonía brilla por su ausencia en nuestras vidas: no nos ha hecho más felices» (p. 334), afirma categóricamente que en el núcleo de la civilización de lo ligero renace el espíritu de la pesantez. Que lo que hay que denunciar es la ligereza fútil que se propone como ideal supremo de vida. «Aunque ni ligereza ni pesantez están en nuestras manos, no debemos caer en un pesimismo radical. Nada es para siempre y la ligereza perdida reaparecerá una mañana» (p. 338). ¿Tendrá razón Lipovetsky? El tiempo lo dirá.
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