viernes, 21 de abril de 2017

Alexis de Tocqueville: Recuerdos de la Revolución de 1848. Por Alfredo Verdoy

Tocqueville, Alexis de: Recuerdos de la Revolución de 1848. Trotta, Madrid, 2016. 271 páginas. Traducción de Marcial Suárez. Comentario realizado por Alfredo Verdoy (Profesor de Historia de la Iglesia, Universidad Pontificia Comillas de Madrid).

Alexis de Tocqueville (1805-1859) sigue estando de actualidad entre nosotros. Trotta en su colección Clásicos de la Cultura acaba de publicar la segunda edición, la primera en 1994, de los Recuerdos de la Revolución de 1848 del abogado, hombre de acción y estudioso y analista político, el diputado Tocqueville. Diputado entre 1839 y 1849 del distrito normando de Valognes. La edición que a continuación presentaremos está precedida por un autorizado y preciso prólogo del catedrático de Sociología de la Complutense, Ramón Ramos.

La naturaleza híbrida del texto, ni memorias públicas ni diario íntimo, nos permite captar, por una parte, el curso y los acontecimientos más salientes de la Revolución de 1848 y, por otra, conocer el estilo, el talante, las pretensiones y el mensaje político de su autor. Complementan estos Recuerdos un buen puñado de páginas en las que el autor pasa revista y justifica su paso por el gobierno, más concretamente por el ministerio de Asuntos Extranjeros, durante el segundo gobierno republicano de Barrot entre junio y noviembre de 1849 así como un muy cuidado índice onomástico.

El estilo de Tocqueville está muy alejado del de los memorialistas de su época. Escribe de manera sencilla, clara y concisa. Parece más hijo del siglo XX que del siglo XLX. Pesaron más en él la lógica, el análisis muy frio y no pocas veces escorado y justificativo de su modo de proceder y de su propio credo que la defensa de un modelo concreto de república. Con todo, en este libro se postula y justifica la incipiente libertad democrática; muy distinta de las que por entonces defendían la nueva burguesía y los socialistas, comunistas y librepensadores del momento. Frente al estrecho concepto de libertad amarrado desde las instancias del nuevo poder burgués, Tocqueville reclama su universalidad; frente a la libertad exaltada y sin límites de los socialistas, comunistas y revolucionarios, nuestro autor se decanta por su progresividad y sostenibilidad y no por explosión e imperio al precio de su propia existencia.

Aun cuando nuestro autor no haya escrito unas memorias propiamente dichas, el resultado de su lectura nos permite conocer su entera personalidad, sus desdichas, sus momentos de gloria, sus frustraciones y su forma concreta de estar en el mundo. En Tocqueville se aúnan la inteligencia del analista con el miedo del tímido; la inseguridad del que conoce las causas de las desdichas de los seres humanos con la valentía de los que saben por dónde tiene que ir el gobierno del mundo; el sentido trágico del que ha visto derrumbarse un mundo medianamente ordenado con la apertura mental, la capacidad de lucha y el entusiasmo del que constata que ni en la vida ni en la historia hay vuelta atrás. En suma, una personalidad compleja, trágica, sufridora e insobornable en medio de un mundo en permanente cambio.

Tocqueville no escribió, aun cuando afirme lo contrario en su correspondencia familiar, únicamente para divertirse y para aliviar su creciente tuberculosis. Escribió para enseñar a sus contemporáneos y sobre todo a los miembros de su grupo de procedencia: nobles y jueces del Antiguo Régimen que la revolución había venido por su causa y que por mucho que lucharan para erradicarla no lo lograrían. Más en concreto, el objetivo que se propone al analizar al pie de obra y sin la ayuda ni de teóricos sociales ni de historiadores la Revolución de 1848 es advertir que no se trata de una revolución política más sino de una revolución social; una revolución capaz de devorar a sus propios hijos si antes o después, con gobiernos republicanos o liberales, no se logra la vivencia comunitaria de «una libertad moderada, regular, contenida por las creencias, las costumbres y las leyes» (p. 76).

Si tuviéramos que recomendar la asimilación de los Recuerdos de la Revolución de 1848 lo haríamos en primer lugar a nuestros políticos y periodistas conservadores no menos que a los que aspiran a una libertad sin límites en todos los campos y al precio de esa misma libertad.

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