viernes, 22 de octubre de 2021

Pedro Baños: El dominio mental. Por Rafael Fraguas de Pablo

Baños, Pedro: El dominio mental. La geopolítica de la mente. Ariel, Barcelona, 2020. 542 páginas. Comentario realizado por Rafael Fraguas de Pablo (Doctor en Sociología, periodista y analista geopolítico).

El libro del coronel Pedro Baños, titulado El dominio mental, constituye el testimonio de un militar experto en contrainteligencia que brinda sus conocimientos al gran público. Éste, a su juicio, permanece casi por completo ignorante respecto de los numerosos dispositivos tecnológicos desplegados en su contra para la dirección política y el control generalizados de las mentes y conductas de consumidores, votantes y ciudadanos en general. El fin de esta super-vigilancia se insertaría, según el autor, en un propósito geopolítico totalitario y de altos vuelos, capaz de quebrantar silenciosa pero contundentemente las bases de la democracia.

El libro, redactado a la manera descriptiva al modo de una crónica inserta en una cadena sin fin, enumera los mil y un procedimientos ideados para conseguir aquellos fines. En la cúspide de tales propósitos sitúa Baños el control de las mentes, llave de los demás tipos de sujeción. En su relato enuncia intencionalidades de todo tipo que, a su entender, presiden este proceso de abducción mental orientado a la rectoría ilegal, por supuesto, de las conductas con el denominador común de conseguir, mantener o perpetuar el poder en sus múltiples manifestaciones.

Los estudios sobre la predeterminación conductual inducida se remontan a los primeros trabajos sobre la publicidad subliminal. Pero ya antes, un genio diabólico, de nombre Josep Goebbels, ministro de Propaganda del régimen de Adolf Hitler (1933-1945), refinaba de modo abierto los mecanismos de control de masas mediante unas coreografías grandiosas. En ellas, en medio de desfiles de una asombrosa marcialidad, con paradas de exactas simetrías, banderas germánicas desplegadas, estandartes de sangre —blutfahner—, más esvásticas hitlerianas y potentes haces de luz proyectados sobre el rostro del Führer, lograban extraordinarios efectos de adhesión incondicional sobre ingentes concentraciones de alemanes así abducidos por el nazismo. La creación y consolidación del poder carismático en Alemania e Italia de líderes como Adolf Hitler y Benito Mussolini, respectivamente, tuvo mucho que ver con aquellas técnicas de control de masas.

Aquí, en las antiguas Escuelas de Periodismo, en los años 70 se evocaba el ejemplo de un célebre refresco colado que, de manera subrepticia, se insertó premeditadamente en apenas un par de fotogramas en una escena desértica del filme Lawrence de Arabia. En el descanso de la proyección, los espectadores acudían en masa a los bares de los cines donde se exhibía la película y consumían, de manera compulsiva y por supuesto, inconsciente, el refresco subliminalmente anunciado.

Desde entonces hasta hoy, los procedimientos de control y dirección de conductas han evolucionado mucho, señala Pedro Baños, que describe el alto grado de sofisticación alcanzado. Tanto como para tornarse casi imposible a un ciudadano de a pie eludir no solo la intromisión supervisada desde el exterior sobre su conducta sino, además, para esquivar el control directo de cada movimiento suyo en las calles, establecimientos públicos, incluso en su intimidad a través de dispositivos privados como los teléfonos móviles. El impacto de esa super-vigilancia denunciada por Baños abarcaría los hábitos de consumo, el comportamiento en las urnas e, incluso, llegaría a troquelar los estilos de vida, siempre a espaldas de la voluntad de los vigilados.

La ambición ínsita en tales prácticas alcanza hoy un formidable despliegue mediante la gestión masiva de nuestros datos —big data— que cedemos gratuitamente y que son captados por miles de fuentes, desde las cámaras esparcidas por calles, semáforos, supermercados, transportes públicos y, sobre todo, a través de los teléfonos móviles que nos acompañan ya casi siempre.

En verdad, asusta un poco recorrer de la mano del autor el siniestro repertorio de mecanismos, técnicas y procedimientos de fiscalización ilegales que él describe. Y ello porque no deja resquicio ni una sola parcela de la actividad humana libre de la posibilidad de ser supervisada, controlada y dirigida de la manera descrita. En todo ello ve el autor un menoscabo evidente de la democracia y una desbocada exaltación del poder omnímodo de los controladores. Pero en su contra opera otra evidencia: las gentes de a pie suelen buscar explicaciones sencillas a los problemas más complejos. Por ello, como en este caso, cuando comparecen en escena más de tres variables, se inclinan a tildar de conspiranoico a quien se atreve a ir más allá e incluye más variedad de perspectivas para entender la complejidad en presencia. Ello determina que el contenido del libro, muy útil por la enorme cantidad de información que brinda a los legos, pueda tropezar con dificultades para acreditarse. Intercalado por citas de próceres de la materia y una completa bibliografía y anotaciones, El dominio mental se lee bien, pero llega a un punto angustioso al percatarse el lector de la misión casi imposible que se yergue frente a quien pretenda eludir esa prieta malla de controles que operan calladamente a nuestras espaldas. 

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