viernes, 1 de marzo de 2024

Olegario González de Cardedal: Confirmarse. Por Mª Ángeles Gómez-Limón

González de Cardedal, Olegario: Confirmarse. Para llegar a ser cristiano. San Pablo, Madrid, 2008. 96 páginas. Comentario realizado por Mª Ángeles Gómez-Limón.

La obra que presentamos en este momento puede prestarse a error. Su reducido tamaño y sus características formales (número de páginas, estilo de letra, etc.) darían la impresión de que nos encontramos ante un «libro de bolsillo», «de divulgación». Y, ciertamente, en parte lo es. Pero es mucho más: nos encontramos ante una obra «de firma». Estas breves páginas contienen una carta a Carmen y Ramón, dos jóvenes amigos que van a recibir el sacramento de la confirmación. ¿Y qué decir de la carta que un teólogo como González de Cardedal escribe con este motivo? Efectivamente, es un auténtico precipitado teológico, más aún, «sapiencial», que un hombre experimentado ofrece a quienes se inician por los caminos de una existencia creyente. 

La obra que comentamos, aún dentro de su concisión, se estructura en once capítulos breves: «El encuentro», «La vida cristiana», «La experiencia de la gracia», «El cultivo de la vida espiritual», «Sacramentos y oración», «Miembros de una comunidad», «La Iglesia», «Búsqueda de la verdad», «El ideal cristiano», «Alegría y amistad» y «Epílogo». Sus títulos ponen de manifiesto que nos encontramos ante una exposición –en rápidos trazos– de algunos de los grandes temas de la vida cristiana. La densidad y la precisión de las reflexiones realizadas nos sitúan ante un particular «catecismo» en el que unas veces prima la palabra del «amigo y hermano mayor»; otras, las del teólogo; otras, las del creyente que «hace camino al andar», como todos. La diversidad planteada de tipos de diálogo constituye una plataforma especialmente adecuada para establecer una «conversación», unas veces más «formativa»; otras, más «instructiva»; otras, más «vivencial», en la que se comparte la propia experiencia de fe.

Carta dirigida a «Carmen y Ramón», universitarios, los destinatarios últimos no son únicamente los jóvenes que se van a confirmar, por más que esto sea lo que se afirma en el mismo título, sino cuantos quieren tomarse en serio su vida cristiana y las implicaciones que de ello se derivan. Con todo, no podemos por menos de preguntarnos cuántos de nuestros jóvenes en grupos de confirmación podrían acceder a una lectura de estas características. 

Como botón de muestra, nos permitimos recoger una de las invitaciones, tan pastorales, que nos hace el autor: «Yo siempre he dicho a mis alumnos que hay que saberse diez salmos y diez poesías de memoria ¿Y para qué? Para que cuando nuestro corazón, saturado de angustia o herido por la desgracia, se quede reseco, no sepa o no tenga fuerzas para orar profiriendo ante Dios el dolor o la alegría, la súplica o la acción de gracias con palabras propias, entonces lo haga con las palabras de los demás, que de memoria conserva en sus entrañas, y que le aflorarán a los labios como el agua que rebosa del borde de la fuente. Al corazón hay que darle vuelo [...]. Y para eso están los poetas y los santos» (pp. 49s). 

Cualquiera de nosotros, al hilo de estas páginas, podría recordar, esto es, actualizar de la mano de Cardedal, qué significa vivir al aire del Espíritu, en clave de «confirmación».


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