Naïr, Sami: Refugiados. Frente a la catástrofe humanitaria, una solución real. Crítica, Barcelona, 2016. 181 páginas. Traducción de Carles Andreu. Comentario realizado por José María Segura Salvador (Director del Servicio Jesuita a Migrantes España. Delegación de Valencia).
Refugiados es un libro de ágil lectura y bien documentado. Escrito en un estilo provocador y directo, en ocasiones parece más propio de Twitter y de algunas redes sociales que un libro de edición impresa:
«Los turcos sabían que eran refugiados, los alemanes sabían que eran refugiados, los europeos sabían que era refugiados. Pero todos acordaron en considerarlos como lo que no eran mayoritariamente: inmigrantes» (p. 98).
Me parece un acierto el comienzo del autor: “El Éxodo” sitúa en un marco amplio la llamada crisis de los refugiados. Y lo hace asomándonos a las raíces de las migraciones, dando una perspectiva realista y nada halagüeña:
«La conjunción contradictoria entre el crecimiento demográfico y el estancamiento económico constituye la causa fundamental, hoy en día, de las migraciones provenientes del Sur del Mediterráneo y de Asia» (p. 17).
Se prevé, según la ONU, que para 2050 una cuarta parte de la humanidad vivirá en el continente africano. Frente a un panorama que puede ser amenazador se aclara que algunos países de la Eurozona, gracias a un “saldo migratorio positivo” han podido compensar la baja natalidad. Desde esta perspectiva, se aborda el drama de los refugiados. Con un lenguaje sencillo introduce una de las principales cuestiones: ¿de qué huyen? Se refiere a unos 3,88 millones de refugiados sirios (y a otros casi 4 millones de diferentes países). Responde con un latigazo: los conflictos en Siria han dejado 250.000 muertos y 10 millones de personas sin hogar; el 69 % de la población sobrevive en extrema pobreza. Y así recorre la realidad de algunos países como Pakistán, Eritrea, Kosovo, entre otros.
Están además los denominados migrantes medioambientales. El cambio climático y sus consecuencias en la escasez de cultivos han provocado 40 millones de desplazados, que se prevé lleguen a 200 millones en 2050. El autor, lejos de enredarse en tecnicismos o categorías de personas desplazadas, reclama que «el imperativo moral de resignificar el concepto de refugiado no tiene excusas ni dilación» en un mundo donde «cada vez son más los acuerdos internacionales que protegen el derecho a que las mercancías y el capital se muevan con total libertad» (p. 30). Con una cuidada documentación recorre la paulatina fortificación de Europa, aunque el germen de la Europa de las murallas ya estaba en el Acta Única de 1986:
«Los dirigentes europeos ya lo tenían muy claro: el mercado que iba a desarrollarse debía de estar reservado a los asalariados europeos, a los comunitarios… oponiendo éstos a quienes, en adelante, fueron definidos como no comunitarios» (p. 41).
Así, quienes en buena parte contribuyeron a la reconstrucción de Europa tras las Segunda Guerra Mundial, porque llevaban años viviendo en ella (magrebíes, latinoamericanos, asiáticos y subsaharianos), se vieron de pronto «confinados en esta subcategoría inventada por el mercado europeo, con menos derechos sociales y desprecio de sobra» (p. 42). Europa ha ido externalizando sus fronteras, y militarizando la cooperación. El primer paso fue la creación del espacio Schengen, una muralla legal que permite cribar la mano de obra cualificada de la no cualificada. Así, la UE distingue entre los migrantes «que necesitaba y los que le sobraban», y que quedaban «arrojados a reductos ineluctables de la pobreza en el mundo» (p. 42). Seguidamente, se externalizó el control de las fronteras exteriores, una medida que evita a Europa respetar su propio derecho. El control fronterizo disfrazado como ayuda a la cooperación al desarrollo se impuso a los países receptores que colaborasen en frenar las migraciones a los países donantes. De esta forma, Turquía deviene “un país seguro” para los refugiados o países dictatoriales reciben el trato de amigos de la UE en temas de inmigración. Como muestran los mapas comparados de la red Migreurop que anexa el autor, los países en trámites de adhesión a la UE se hacen cargo de la gestión externa de centros de retención de migrantes como nueva frontera de Schengen.
Mientras Europa invertía 175 millones de euros en levantar 235 km de vallas auspiciada por el crecimiento de la ultraderecha en todo el espacio de la Unión, 7.000 personas se ahogaban tratando de alcanzar sus costas (entre 2014 y 2015). Los países recién incorporados a la Unión se han convertido en fervorosos defensores de las fronteras y, contraviniendo las directrices europeas en defensa de los derechos humanos que ratificaron para entrar a la Unión, establecen leyes xenófobas y rechazan las cuotas de reubicación. En la crisis de los refugiados los países más pobres han sido solidarios en contraste con los países más ricos del mundo, que no han ofrecido ninguna plaza de reasentamiento. Por su parte, España, ha tenido una respuesta miserable: ha acogido 586 de los 19.219 refugiados que le corresponden. Más llamativa es la insolidaridad de Dinamarca que, con uno de los PIB más elevados del mundo, legisló la posibilidad «de averiguar si los solicitantes de asilo habían traído consigo medios económicos que cubrían los costes de su manutención» (p. 80).
La Europa fortificada ha sido el caldo de cultivo ideal para las mafias, un negocio que supera la venta de armas y drogas. Esta Europa abandona a niñas y a mujeres, violadas por sus compañeros de viaje y por las fuerzas de seguridad de los países en tránsito. La Europa de los valores desatiende a la infancia vulnerable: un tercio de las personas migrantes son niños, lo que supone casi 300.000 sometidos a este éxodo inhumano en un año. Más de 350 niños han muerto tratando de llegar a Europa y 10.000 están en paradero desconocido según la Europol.
El autor concluye con una advertencia: “la política del odio” se instaura en Europa, el auge de la xenofobia que hace que los refugiados se vean, no como víctimas del terrorismo, del hambre y de la guerra, sino como problema y amenaza. Mi valoración en un tweet: resulta un libro muy actual y documentado, con un lenguaje fresco y un punto provocador. Muy recomendable para personas interesadas en informarse sobre el trasfondo de la crisis de los refugiados.
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